La faja de Evelyn
Puritana, del Opus, de la sección femenina de Falange... Todo esto y mucho más son las lindezas que la caverna de las redes sociales le dedica a la diputada leonesa, Andrea Fernández, por atreverse a nombrar en el Congreso la verdad sobre la pornografía, la violencia y la misoginia que embuten cintas a las que acceden niños y niñas de tan corta edad que produce espanto. Ocho, nueve, diez años... viendo vídeos como los que citó la diputada socialista: «Trío sexual con dos chicas guarras, me follé a mi hermanastra adolescente, compilación de mamadas con corrida en la cara...».
El gallinero es el mismo que se rasga las vestiduras por una iniciativa de educación sexual del Ayuntamiento de Getafe que, bajo el eslogan, «apaga la tele y enciende el clítoris» pone el foco sobre esa parte del cuerpo femenino que tanto quieren ocultar aquí como en otros sitios mutilar.
Una de las escenas emblemáticas de Tomates verdes fritos , película que cumple treinta años, es en la que la monitora de un taller de para mujeres le pregunta a la protagonista: ¿Tiene usted problemas con su sexualidad?», tras proponerle que se escrute la vagina con un espejo. «No, tengo problemas con mi faja», le contesta Evelyn Couch, que a esas alturas del drama ya ha entablado amistad y complicidad, las verdaderas claves de su empoderamiento, con Ninni, la anciana de una residencia de mayores que le va relatando la trepidante historia de una mujer que atrapa e inspira.
La faja de Evelyn son los velos, los cinturones de castidad, la ablación... el control de la sexualidad y el placer de las mujeres que, desde tiempo inmemorial, se ha orquestado desde el patriarcado y desde las religiones, que son uno de sus baluartes principales. La faja para sujetar las carnes tiene su versión mordaza en el acoso a las mujeres en redes sociales y espacios reales, como le ha ocurrido a nuestra diputada cuando ha planteado, con la misma bravura de las aguas del Esla que la vieron crecer, que el porno se torna muy a menudo como una «forma de misoginia» que «debe ocuparnos políticamente. No se trata de prohibir o de moralizar, se trata de analizar patrones, identificar estructuras y educar ciudadanas libres e iguales». Puritanas, estrechas, monjas... son las mismas acusaciones que se lanzan cuando se plantea abolir la prostitución. La libertad de expresión se reserva para los que enarbolan pollas ya sea en pornografía misógina, violenta y machista, en cualquier centro de trabajo o en el debate político donde expresiones como «me la suda, me la pela o me la bufa» enfatizan el poder del pollo venido a gallo.
Hay muchas cosas que han cambiado en treinta años para las mujeres, pero Tomates verdes fritos sigue siendo un espejo en el que mirarnos las mujeres y una sociedad más dispuesta a retroceder que a progresar.