Diario de León

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D esde que los emperadores chinos comenzaron a montar caballos de terracota sobre pedestal, no hay tirano o tontín al que no le excite verse en estatua ecuestre... trajanos, soleimanes, kaisers, mussolinis o francos acojonan mucho más si cabalgan sobre un bronce exagerado en la plaza principal... hágase caballo el bronce... y que se conformen los menos ricos con un óleo pretencioso en su palacio o salón de plenos... o fantasee el paleto llorica manteles con un bibelot de metal para la mesita que tiene junto a la tele en el salón y que bien barato se compra en las ferias portuguesas donde pastan excursiones de parroquia o jubiletas... lo ecuestre es lo más... es lo imperioso... y a León le falta algo así, al parecer, porque están considerando plantar aquí una estatua de ese rango para algún rey Alfonso de la liga Imperator Hispaniae... eso escuchó Otavito al alcalde burgomaestre de esta milenaria ciudad romana capital de un Reino expoliado que inventó nada menos que la democracia parlamentaria sin tener que ir a comprarla fuera; y que tiene más reyes que Castilla leyes y agravios autonómicos que sangran la savia de esta ciudad sin par y de todas las tierras de la Marca Legionense. ¡Alza el rabo, León!... y palante el orgullo por las glorias muertas con las que glorifican y engañan nuestro ir muriendo.

Y quieren poner antes en lugar eminente una estatua de ese Alfonso como el Rey Niño que inventó para el mundo entero el Parlamentarismo en esta Cuna al caerle un Belén encima que le exigió abrir el Portal a las ciudades que aforaran; ahí lo tienes, bailaló, bailaló, no le quites el mandil. Y a la espera de otra estatua más de cuando fue a la mili contra el moro, es de temer que el pueblo burlón bautice al regio rapaz-estatuilla como Alfonsete Paquétemetes.

Sócrates sosiega: en un país con enfermedad del bronce, esa estatua escuestre servirá para que mañana exija abatirla un movimiento público airado tras saberse que ese rey maltrató a mujeres, violó niños o esclavizó a otras razas. Más gozo que la erección de un monumento da siempre el abatirlo.

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