En común
Esta columna no es una columna. Este espacio que comparto con cuantos se detienen a leer un ahorcado que con mayor o menor fortuna cuelgo los martes y los viernes no está terminado hasta que alguien —todos ustedes— lo moldea con su punto de vista, sus impresiones, sus emociones y sus críticas. Pero hoy no se trata de eso. Hoy me gustaría hacer una performance, un work in progress y todas esas expresiones que utilizamos porque hemos perdido la capacidad de usar el español para vaciarnos en el léxico y lograr que el otro nos comprenda. Pues bien, para no pecar precisamente de eso, quiero que la opinión de hoy sea una comunión, una colaboración cuyo producto final no pueda ser posible sin todos los que se presten al juego. Ayer cambié mi perfil de facebook y el de whatsapp para difuminarme detrás de la Catedral, la nuestra, esa que acabamos de etiquetar para que nadie crea que está en Burgos cuando la luz que se destila sobre este campamento romano se haya tamizado con los grandiosos ojos que nos miran desde cada puerta de la ciudad.
Si hacen como yo, si todos nos colocamos detrás de la obra de la Catedral, de las catedrales, la gran hazaña común que enlazó a unos leoneses con otros durante cuatro siglos y que, aún hoy, es la demostración de que ningún propósito verdaderamente sólido se construye en una generación, esto tendrá sentido. La Catedral, la bellísima, frágil, vaporosa y achacosa iglesia de San María, puede ser el interruptor de un movimiento en el que todos colaboremos como lo hicieron los canteros, los maestros vidrieros, los masones, esos obreros que dejaban al morir el legado del número de Dios con el que los herederos podían continuar los planos de la eternidad.
Es fácil. Defendamos nuestra leonesidad con esa nueva etiqueta, la etiqueta de la colaboración de más de mil años y pensemos que cualquier proyecto que merece la pena no se logra sin paciencia. Si suben la foto a su perfil, será un comienzo, si no lo hacen, también. Sólo que habrá que poner más empeño.