Diario de León

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El triunfo inapelable de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid ha revitalizado políticamente al Partido Popular instalando en la euforia a sus dirigentes nacionales. Es comprensible. En la vida hay que tener en cuenta el factor humano.

Antes de la victoria de Ayuso, Pablo Casado y sus allegados atravesaban por un período depresivo generado por diferentes noticias todas adversas: el desplome del partido en Cataluña y las investigaciones judiciales relacionadas con episodios oscuros de financiación acaecidos en etapas anteriores.

En uno de los momentos más bajos incluso habían llegado a poner en venta el conocido edificio de Génova 13, sede nacional del partido. El mismo en el que en los días de gloria cuando Aznar o Rajoy ganaban elecciones habilitaban una tribuna en la que los líderes saludaban y compartían el regocijo de los simpatizantes que habían tomado la calle.

En esas estaban, con la sede en venta, cuando, inopinadamente, la arrolladora victoria de Ayuso —conseguida a pulso, contra los tres partidos de izquierdas y el poderoso lobby televisivo que les apoyaba—, lo cambió todo. Había nacido un animal político. También para su partido cuya cúpula dirigente ha hecho suyo el triunfo apresurándose a extrapolarlo al conjunto del país.

Es probable que estemos asistiendo al preludio de un cambio de ciclo, pero habría que explorar la situación con prudencia. El triunfo del Partido Popular en Madrid se explica por el fuerte componente de voto de castigo a Pedro Sánchez y por el hundimiento de Ciudadanos convertido en cantera de votos. Pero al extrapolar hay que contemplar la realidad toda de España.

La dirección del PP debería ser realista y no dejarse arrastrar por la euforia de las últimas encuestas. En Cataluña y en el País Vasco el PP ocupa posiciones políticas irrelevantes.

Hay otro factor a tener en cuenta. A diferencia del PSOE de Sánchez que no tiene escrúpulos para pactar con quien sea, desaparecido Ciudadanos, al PP sólo le queda a su derecha Vox que es compañía incómoda. Es comprensible la euforia de estos días pero no estaría de más una dosis de prudencia. Madrid es España, pero toda España no es Madrid.

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