La guerra en un clic
A ntes las guerras se hacían mandando a miles de gentes a destriparse; después se acompañaron de máquinas de matar, catapultas, espingardas, cañones; más adelante llegaron buques artillados, tanques, aviones y desde el aire ya fue mucho más fácil y barato el esparcir las tripas. Pero llega un hoy fascinante sin siquiera pisar el campo de batalla ni gastar tanto material y tropa en el objetivo que siempre se fija en una guerra: cortar suministros, neutralizar comunicaciones y destruir servicios. Ahí las bombas hacen su papel con un mínimo coste humano, aunque han de gastar una fortuna en transportarlas con flota aérea, hasta que se inventaron los misiles que convierten la propia bomba en avión para ahorrarse el autobús al tener piloto automático y una precisión criminal aterradora. Añádanse aquí los modernos drones que lo mismo que hacen fotos o videoclips cagan muerte expeditiva. La guerra ya no será nunca como antes. Véase cómo la resuelve Israel trillando la franja de Gaza estos días: tienen superespiado y fijado cada lugar a reventar y antes llaman desde Tel Aviv a los palestinos (como Gila: ¿es el enemigo?, que se ponga) para reducir víctimas civiles aconsejándoles desalojar tal edificio o instalación porque a las 3.45 les va a caer un zambombazo que lo hará cascote y polvo. Lo vimos anteayer al abatir por entero el bloque de quince pisos donde radica la tele Al Yazira y mucha prensa internacional. Así que ahora un ordenador es el comandante en jefe y del viejo «aprieta el gatillo» se ha pasado a «dale al enter»... clic y catacroc... y cómo devasta ese clic.
Lejos de allí, en Estados Unidos, no hubo que bombardear oleoductos para dejar desabastecido a todo el Este porque a miles de kilómetros, y con un solo clic, unos hackers rusos les jodieron la marrana combustible... ¡prodigioso!
Y mientras tanto, a la chita callando, los chinos sorprenden a toda la astronáutica mundial llegando a Marte, así que Otavito ya quiere cruzar apuestas a que será China quien primero ponga a un hombre allí, siempre y cuando un gallego no decida hacerlo antes.