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Malamente se entiende en estos mundos donde hacemos de la moda necesidad y del consumo religión la medida adoptada por el régimen norcoreano de prohibir los pantalones pitillo -ya lo había hecho con el corte de pelo mullet y el piercing- por considerarlos signos identitarios del capitalismo consumista y contrarios al serio estilote de un comunista como Dios y Kim Jong-un mandan, aunque habrá que aplaudir en todo caso lo acertado de condenar ese mal gusto que, por cierto, también combaten hoy aquí los influencers considerándolo moda gagá y exigiendo a sus seguidores coger esos pantalones y quemarlos (¡bien jugado, Valentín!). Y por prohibir, ya prohibió algún rey de León el uso de telas y paños púrpuras que, por su costosa tintura, eran privativos de la nobleza y alto clero; se consideraban ostentación obscena. Y lo eran. Capitalismo feudal.

De siempre la ropa fue el mensaje y nos hizo esclavos del parecer, pues el ser importa poco ante el tener... ¿y en el vestir de esmero se conoce al caballero?... ¡manda espuelas!... Hasta hace poco, aquí, el hombre feliz tenía solo dos ropas, dos trajes: el de pana parda para cada día y el de los domingos, oscurote o negro, que sirve al final de mortaja. Con poca ropa viste su elegancia el modesto, ropa buena y resistente que se cuida ahorrándose además buenos dineros, safaris de tienda y ese dilema hoy cotidiano ante el armario exclamando hastiados: ¿y qué coño me pongo yo hoy?, frase manida donde las haya y que solo sería lógica si la dijeran unas bragas recién levantadas de la cama encarándose al mismo armario y tedioso problema.

La verdad es que un norcoreano entenderá difícilmente que aquí se pague por unos vaqueros rotos a modo, y con más agujeros que tela, tres veces más que por unos enteritos y nuevos. Este alarde de idiotez y despilfarro solo es propio de mentes pochas y abducidas, pero esto lo dice también cualquier jubileta nuestro en su banco del parque ante el que ve pasar ya tanta tontería e inflapollez como en una tele-bragueta con pandemia de jorgejavieres.