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La ciencia ficción se ha convertido en la realidad más fiable. Las guías de Julio Verne y sus discípulos, que inspiraron las películas de Hollywood de las tres últimas generaciones, motivan la estrategia política de los grandes estadistas que en el mundo han sido desde la semana anterior hasta la actual. Los mandatos, antaño ideados para una legislatura, dos a lo más, se programan en estos momentos a 30 años vista, convencidos de que el pasado se antoja quebrado, huidizo, cuestionado en sus conceptos a la espera de que pasen dos siglos para que se asiente un estilo económico, arquitectónico y social en el que la historia dicte sentencia: pandémico, quizá. La revolución empeña el presente, siempre tan inestable, tan primavera, tan concebido para que mañana haya que dar cuenta de lo que hoy se compromete que no interesa fijar conceptos en los que encontrar el análisis cercano, fiscalizador y pesado. La estrategia de regresar al futuro, tan años ochenta, como se rebelan mis hijos en recordarme cada vez que elijo un canción con la que despertarlos del letargo de los reguetones, diseña un horizonte androide en el que delegar las responsabilidades. Pensar en 2050 nos descarga de las servidumbres del presente y delega las consecuencias en un horizonte líquido tan a largo plazo en el que no cabe la hipoteca de esos bancos a los que pagamos el rescate y ahora nos cobran la fianza. El aval garantiza el cobro de los intereses con los que los gobiernos central y autonómico han decidido hipotecar la salud de los ciudadanos para venderse al negocio de las farmacéuticas. Cuando el progreso se encomienda al avance investigador para saldar la deuda de siglos de ilustración, el negocio recoge los despojos del mercado para impulsar la rentabilidad de los balances y cimentar los fortunas de las grandes corporaciones. La pugna dibuja un escenario que condena a los pacientes a escoger entre las casillas del miedo o la incertidumbre cuando se vacunan, entre el testimonio de autoridad de los expertos o la sumisión de los cobardes que encargan estudios a medida. El abajo firmante asume todas las consecuencias de haberse pinchado con la vacuna que la ciencia puso en manos de los médicos y cuya primera dosis ya circula por su sistema inmunológico. La próxima vez, poned el consentimiento en las papeletas del voto, cobardes