La Mina del Oro
Atravesamos Manzanal del Puerto sin ver un alma. A lo lejos, los gigantes nos saludaban con sus brazos locos de mover los vientos del este y el oeste. Las escobas presumían de amarillo chillón antes de secarse para barrer el polvo y en el suave descenso por el valle palpamos, desde el cristal del coche de línea, las cicatrices del carbón. El río baja limpio, los árboles se apoderan del paisaje y suena la memoria al fondo de la Mina del Oro.
En el profundo lecho del río Tremor, en Torre del Bierzo, se ve como en un espejo el futuro de las cuencas mineras, aunque muchos no lo crean, no lo vean. Corren sus aguas con prisa cristalina retratando en el cauce los restos del castillete con rampa por el que subía el carbón y bajaban los mineros. El oro negro que devoraban las calefacciones de Madrid, un fábrica de harinas de Benavente, el obispado de Málaga y almacenes de exportación bien situados en el centro de Madrid... entre otros muchos salía de esos pozos.
La Fundación Cultura Minera Benito Viloria intenta que la memoria de todo aquello no quede anegada como las minas. Es el único caso en León en que un empresario, Manuel Lamelas Viloria, quiere dejar un legado de dignidad. Una misión que tendría más éxito si el Ayuntamiento de Torre del Bierzo apoyara un proyecto que guarda en el mismo archivo los nombres de picadores, ayudantes mineros, barrenistas, entibadores, conductores, vigilantes y emprendedores legendarios que llevaban a sus hijos de excursión por el monte para mostrarles por dónde iban las capas y exploraron nuevas vetas aguas arriba del Tremor, en la lejana y legendaria Igüeña.
Conocí el río Tremor cuando bajaba teñido de negro, como los hombres al salir de la mina, ya fueran blanquitos, morenos o negros pues de todas las razas y de varios continentes llegaron a las minas del Bierzo Alto. Las aguas han recuperado su pureza, los castaños se yerguen sobre una antigua escombrera y hay quien sueña con una playa fluvial para refrescar el verano. Nunca se va a recuperar el trajín de mineros y ferroviarios que paraban en la pensión hoy triste huella de la decadencia. Pero hay un legado natural, histórico e industrial que cuidar a un lado y otro del río.
Conocí el Bierzo Alto cuando el gris antracita marcaba tendencia en los trajes de una clase media incipiente. Hoy toca ponerse la funda de faena y el casco para volver a empezar. Hay otras vetas, más allá del interés turístico y cultural de la Mina del Oro. Los fondos de la transición ecológica son una oportunidad para las cuencas, si es que no se los comen, como casi siempre, los gigantes. Y nos hacen volar, definitivamente, con la eficacia que volaron esta semana la torre de refrigeración de la central de Anllares.