Los moldes del agua que redime
Entre todas las formas del agua que redime, ninguna como el cuerpo combatiente del sudor; el sudor que eleva y regala perspectivas sin despegar los pies del suelo; un filtro para las ilusiones que derivan en ilusos, un golpe revelador entre todas las fantasías que creamos. El sudor siempre termina en un baño de realidad. El más universal, el más democrático de los fluidos corporales, inunda brechas abismales del océano interior que emerge a golpe de respingos. El sudor que bombea el sexo, sensual y pegajoso; el sudor plebeyo de los pobres; el sudor burgués de los sobrados; el sudor de los galgos y las liebres; el sudor frío de los que huyen de las llamas. El sudor con brillantina de los calvos; el sudor torrencial; el sudor que derramamos en los barriales. El sudor con la solera de los rancios. El sudor es a los junios de León lo que el agua de mayo a los campos que alfombraron los abriles, la lluvia torrencial que sofoca las sendas polvorientas que nos deja la vendimia. El sudor a chorro, que empapa la camisa. El sudor empuja la noria de deseos, y auxilia las ideas más floridas. El sudor sujeta los errores, igual que la pereza afloja de peligro a los otros pecados capitales. El sudor es un catálogo de inspiración divina desde aquel génesis que vino apocalíptico, con la condena a ganarse el pan con el sudor de la frente; dichosos los que sudan para llegar al trabajo; afligidos, los que penan sin él. El sudor riega los intentos, atado a esa ristra inagotable de metáforas que explican por sí mismas los secretos atávicos; hipérboles que resumen culturas, principio y final de civilizaciones. El sudor es el combustible para el motor de los caminos: los que sudan sangre; los que sudan la gota gorda; los que sudan tinta; hay miles de tribus acampadas al lado del río del sudor. El sudor encarna esta puesta en escena de la vida, que vuelve puntual por san Antonio, siempre dispuesta a dar oportunidades. El sudor aclara el iris y dilata las pupilas. De las tres formas del agua que redime, ninguna como el lecho del sudor. A excepción de las tardes de este junio, que nos devuelve al regazo de la libertad, y nos sorprende con la vista clavada en el crepúsculo, embelesados ante el mar, mientras las lágrimas nos empañan la mirada. Todo el agua que cura sabe a sal; al sudor de las entrañas.