Diario de León

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A caballo entre los sufridores que acabaron ayer la Ebau y los que la tienen sobre sus espaldas aún un mes más, la polémica sobre el preceptivo paso previo a la universidad sigue sobre la mesa. A los debates anteriores suma ahora las consecuencias de la pandemia para los atribulados estudiantes, que a la borrasca que se cierne sobre su futuro a largo plazo suman la incertidumbre del mañana inmediato. Y no es cosa menor.

El despropósito del sistema de acceso a las carreras suma tantos frentes que es difícil decidir por dónde empezar a meterle mano. Vale que tiene que haber un filtro que establezca el ránking para optar a los grados con más demanda, y que la nota parece el cauce lógico; pero el proceso sólo puede estar marcado por la igualdad para los aspirantes.

Vamos a dar por buena la necesidad de este filtro preuniversitario, con el argumento de que dejar la nota de acceso en manos de los institutos (públicos, privados, mediopensionistas,...) parece un ejercicio de credulidad en la honestidad del sistema de enseñanza sólo apto para pardillos. Pero dado que el acceso a las universidades públicas es común para todo el país, qué sentido tiene seguir retrasando la homogeneización de las pruebas de acceso, cuando durante años se ha comprobado que tienen niveles muy distintos según las autonomías. Por qué en unos territorios es más fácil que en otros aprobar o lograr más nota, cuando de ello depende estudiar la carrera elegida. Por qué en unos se examina con asignaturas suspensas y en otros no se permite. De todo ello depende que quienes aprueban primero o con más calificación elijan también primero universidad y grado, dejando a los que vienen detrás en situación comprometida. Por qué una nota o un tropiezo ha de hacer un futuro psicólogo de quien siempre quiso ser biotecnólogo, o dedicar una vida a la filología cuando la vocación caminaba firme por la farmacia.

El desquiciado guirigay de acceso a las universidades parece olvidar lo más importante: lo que está en juego es el futuro, la vida deseada por los jóvenes. Si valen o no para la cosa, debería ser el propio transcurrir académico el que filtrara las capacidades para ejercer. No un entramado atropellado que parece reflexionar poco sobre el fondo de la cuestión: la posibilidad de que los jóvenes se dediquen toda su vida a aquello que anhelan. Es demasiado importante para seguir aplazándolo.

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