Diario de León

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Hace cinco años a Pedro Sánchez sus compañeros del partido le señalaron la puerta. No le querían. Veían en él a un arribista. Con tenacidad y mérito dada la situación adversa de la que partía, logró enderezar la situación pasando de hecho, merced a las primarias, a ser poco menos que el dueño del partido. Los críticos se retiraron del escenario o desaparecieron de la vida pública y desde entonces, tras nombrar afines en todos los cargos orgánicos y soslayar el control del Comité Federal, Sánchez manda y los suyos obedecen sean cuales sean los cambios de política y de opinión a la que les somete.

Dicha tendencia se agudizó tras alcanzar la Presidencia del Gobierno en una moción de censura que triunfó merced al apoyo de partidos con los que hasta entonces el PSOE apenas se relacionaba. Pero el viejo Partido Socialista, el de Felipe González y los ideales socialdemócratas, ya no existe. Ahora es un partido al servicio del proyecto personal de un líder con pocos escrúpulos y ningún problema para virar o incluso cambiar de dirección política sí eso contribuye a asegurar su estancia en La Moncloa.

Estos días, en razón de la polémica generada por el anuncio de que Sánchez tiene el propósito de indultar a los políticos catalanes condenados por sedición —en contra del dictamen del Tribunal Supremo que les juzgó—, estamos asistiendo a un llamativo proceso de catequesis proindulto a cargo de todos los ministros del Gabinete. No sólo los que proceden de Podemos o del Partido Comunista, caso de la vicepresidenta Yolanda Díaz o de Alberto Garzón. Todos han salido como un solo heraldo a respaldar el discurso exculpatorio de quienes van a ser favorecidos por las medidas de gracia y llama la atención que en sus intervenciones reproducen los argumentos que acostumbran a emplear los separatistas.

Defienden los indultos sin ruborizarse a pesar de las contradicciones que se derivan de los cambios de opinión del propio Sánchez sobre este asunto. Qué han sido muchos: desde decir que cumplirían las penas hasta el último día a comprometerse a «traer» al prófugo Puigdemont. Ahora toca secundar al jefe en su deriva y ninguno quiere quedarse atrás. Nunca hubo en España un dirigente político con tanto poder y tanta capacidad para lograr que nadie en su partido se atreva a discrepar. Tanto poder sin contrapesos resulta inquietante.

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