Adiós, virus, adiós
La unión de la ciencia y el compromiso individual ha tejido una tupida red que no sólo frena el avance de un virus que ha trastocado los peores quince meses de nuestras vidas colectivas, sino que doblega poco a poco, aunque sea a cuentagotas, la evolución de una pandemia que espero que tenga su lado positivo con cambios estructurales en los servicios sociales, sanitarios, educativos y económicos. Las vacunas nos han salvado la vida, literalmente. Nada volverá a ser ya como en marzo de 2020. Aunque todavía suframos repuntes y brotes, este denso colador tramado con las medidas higiénicas, distanciamiento físico, mascarillas y vacunas nos devuelve poco a poco a una normalidad transformada pese a ese ruido constante negacionista con poco peso en las decisiones colectivas. Parece que la pandemia da sus últimos coletazos, pero los científicos y epidemiólogos nos piden que no bajemos la guardia. Los últimos estertores suelen ser un revulsivo para que el mal siempre dé un revés inesperado. Tendremos que aprender a convivir con el virus, pero ya nada será tan dramático para la salud ni para la economía. Es tiempo de que León se levante definitivamente. Las mascarillas tienen los días contados, al menos en el exterior. El presidente del Gobierno anunció ayer que el 26 de junio dejaremos de llevar la cara tapada por la calle, aunque hay a quién la careta se le cayó el mismo día en que se hizo obligatorio su uso. Los últimos quince meses han sido una aventura sin parangón que fue de vértigo los tres primeros de la pandemia y de confinamiento estricto. Esta es la parte positiva de este virus, aunque parezca contradictorio. La sociedad nunca volverá a ser la misma, le pese a quien le pese. Quince meses de aprendizaje forzoso no sólo permiten ahora despejar las caras sino que también se ha caído el velo de los ojos. Los profesionales sanitarios seguirán en sus puestos de trabajo, con sus esperadas y agotadoras rutinas ya incluso antes de la pandemia, pero el bagaje del aprendizaje en poco más de un año será la pértiga que ayude a dar el cambio definitivo que necesita no sólo el sistema sanitario, sino toda la sociedad. No permitamos que nada cambie. Que la consejera de Sanidad de Castilla y León, Verónica Casado, diga que nadie se va a quedar sin médico de familia y sin enfermera es muy preocupante. Antes de esa afirmación no me había planteado que tal cosa pudiera pasar en este momento, y hace pocos años resultaba una posibilidad de ciencia ficción. Ojalá los políticos y los gestores estén a la altura y favorezcan un gran pacto que asegure las fortalezas de un sistema público hasta este momento mal mirado, aunque imprescindible, gracias al cual hemos resistido esta embestida pandémica. Adiós a quince meses de muertes, contagios, restricciones y desastre económico. Es el momento de la recuperación.