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Desde que Pablo Iglesias se retiró del escenario de la vida política nacional, Pedro Sánchez copa todos los papeles de la obra. Está en misa y repicando. Ora anuncia -sin aval científico contrastado- el final de las mascarillas en espacios públicos; ora sobreactúa desdoblándose en Cataluña en actos públicos en los que los dirigentes separatistas le dan la espalda con publicitado desdén.

De la mano de la factoría de relatos que dirige desde La Moncloa Iván Redondo concibieron una «premiére» en el Liceo de Barcelona ideada a mayor gloria de un Sánchez convertido en improvisado tenor para anunciar que a los condenados por sedición y malversación les había tocado el gordo en la lotería de los indultos.

Una sesión de gala a la que no se digna asistir el presidente de la Generalidad. Un desplante que el tenor asume en orden a la improvisada filosofía de la magnanimidad y el rechazo de la discordancia. Lo contrario de lo que defendía no hace mucho tiempo cuando estaba en la oposición y era un decidido partidario de que los políticos presos por sedición cumplieran íntegramente sus condenas, pero ése llamémosle «pequeño detalle» o contradicción, no se lo tienen en cuenta los dirigentes de su partido -ministros incluidos- que a la manera del coro griego en la versión de Eurípides pasaban por alto todos los actos de Medea.

A sus ministros y asesores Sánchez les tiene cogidos por el mismo sitio al que a él le tienen asido los separatistas, cuyos votos en el Congreso resultan imprescindibles para mantenerse en La Moncloa. Todo lo que hace —y cuanto secundan quienes han sido nombrados por él— viene librado a una ley de hierro no escrita según la cual un PSOE en declive en las encuestas y un Podemos en caída libre sólo pueden aspirar a reeditar el éxito de la moción de censura sí en los próximos dos años que restan de legislatura a Sánchez sus votantes de entonces le renuevan su apoyo. Para lograrlo, en el caso de Cataluña, Sánchez está dispuesto a todo. Incluso a sobreactuar en una gala política improvisada en el Liceo de Barcelona a beneficio de unos presos cuyo desdén hacia las medidas de gracia que van recibir da qué pensar hasta qué grado de servidumbre está dispuesto a soportar Pedro Sánchez con tal de seguir en el poder. Cuesta creerlo, pero está pasando.