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Un monje acuchillado por la espalda. Otro con la pelvis y una pierna rota. Dos más con una sustancia extraña en el interior de la dentadura. Y una mujer en un mundo de célibes.

Con estos ingredientes es difícil no pensar en una novela de Umberco Eco. Da igual que entre la tumba de la mujer y la de los ocho monjes enterrados en el claustro del monasterio de San Pedro de Montes en el periodo alto medieval haya dos siglos de distancia. No importa que la sustancia de los dientes que analizarán los forenses de Estocolmo y Viena pueda ser un resto de comida. Y qué más da que el monje con la pierna y la pelvis fracturada muriera de forma accidental. Son elementos demasiado novelescos como para no imaginarse una trama de misterio en el corazón de la Tebaida Berciana que recuerde a El nombre de la rosa . Lo que no se puede obviar de ninguna manera es que uno de esos ocho monjes hallados durante las excavaciones del claustro, hombres fornidos para la época de 1,70 metros de altura, murió asesinado de una puñalada por la espalda —las ‘costillas flotantes’ de su esqueleto así lo revelan, nos contó esta semana el investigador Artemio Martínez durante la presentación de los resultados del estudio bioantropológico de las sepulturas— y eso ocurrió en un momento en que había un cisma en la Iglesia por la reforma gregoriana.

Las investigaciones sobre el origen de la Tebaida han abierto la puerta a nuevas incógnitas. Cuestionan que la zona de Montes estuviera abandonada entre la invasión musulmana y la refundación del cenobio. Y añaden una inquietante duda sobre la violencia en el seno de la comunidad religiosa que habitaba en el monasterio. Parece evidente que no siempre fue un lugar de paz y de retiro espiritual.

Pero es pronto para imaginar una novela de suspense en Montes. Y la sombra de El nombre de la rosa, de los personajes de Guillermo de Baskerville —ese Sherlock Holmes medieval— y su pupilo Adso —un Watson muy particular— que en el siglo XIV investigaban los crímenes cometidos en una abadía del norte de Italia, es tan grande que habría que ser muy osado para hilar una trama de misterio que estuviera a la altura del talento de Umberto Eco. Nos faltan datos. Y para qué imaginar si la realidad puede ser aún más emocionante.