Llevadlos a Francia
Aadmirado de que un francés prospere en un pueblo de aquel interior criando gallos de pluma para señuelos de pesca -y que dice haber traído de España sin concretar, o sea, de León sin duda y de La Cándana seguramente-, justificó Peláez su derecho a hacerlo, como justifica que en su día lo hicieran, aunque en vano, otras comarcas leonesas con este mismo gallo que nunca alcanzó allí todo el brillo y singularidad como en su triángulo mágico que forman Campohermoso, La Cándana y La Matica. Los gallos de ese francés tampoco tendrán las características genuinas de los de aquí, aunque sí lo mayor, y con decir que sus moscas están hechas con pluma de gallos de casta leonesa -que todo pescador francés conoce o ha oído de su fama secular aunque aquí se le niegue el reconocimiento como raza- él éxito de este artesano lo tiene garantizado.
¡Bien jugado, Valentín!
Pues hagamos lo mismo. De Francia siempre hubo mucho que aprender y hasta esta Catedral que convierte León en su bandera nació hablando francés y sus piedras pudieron elevarse hasta lo imposible porque solo entendían esa lengua. Peláez no bromea cuando dice que a todo político español, antes de que se siente en su cargo y pille carga, había que llevarlo uno o dos meses a Francia para una vuelta instructiva y un cursillo acelerado a fin de que viera y aprendiera de allí tanto... y tanta. Copiarles lo bueno es señal de inteligencia... ¡y emprendimiento!... lo demás es propaganda. Además, ¿no os pasa por aquí el Camino Francés jacobeo por el que os llegó gratis la mejor redención medieval con monasterios del Císter y Cluny, benedictinos franceses, reinas borgoñonas, arquitectos, enólogos, artistas?... pues que haga ese camino por una vez esta tierra y esta política, pero al revés, buscando ahora el jubileo (o el máster) en la France, donde tantos pecados de la ignorancia son perdonados por ser ahí nietos de la Ilustración y del Siglo de las Luces... sin contar sus oportunas revoluciones que fueron cambiando el mundo.
¡Llevadlos a Francia!, insiste.