El décimo brindis
Nunca me ha gustado la frase: «A mí nadie me ha regalado nada». Para empezar, nuestros padres nos regalaron la vida. «Bah, yo hubiese preferido que me regalasen un yoyó eléctrico», dirá mi lector existencialista. Vale. Lo importante es la intención, si bien obsequiarle a un calvo un peine se presta a la suspicacia. Por cierto, la gente cree que a los columnistas nos regalan de todo, y que además nos sobra. «Oiga, Aguirre, no tendrá unas cigalas de esas que les dan a ustedes». Ni las tengo ni las espero. El regalo es escribir y que además se te pague por ello. Luego, claro, sorpresas te da la vida, que cantaba Rubén Blades. A mí el otro día me leyó la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan la columna que le dediqué a su vino «Hideputa» y me han mandado dos botellas del mismo. Lo hacen para familiares y cervantistas amigos, por tanto, no cuenta como soborno grave.
El nombre del caldo, como ya expliqué, no es insulto sino elogio, como queda argumentado en el capítulo XIII de la segunda entrega del Quijote y se detalla en la etiqueta. Regalar es un arte; agradecer, también. Mil gracias, pues. La primera botella la abriré este domingo, en el aperitivo. Ya me he puesto a elaborar una lista de personas y/o motivos por los que brindar. El primero, claro, por Cervantes. El segundo, por Alcázar de San Juan. El tercero, por John Ford. El cuarto, por las viejas baladas que saben quiénes somos. El quinto, por el amor. El sexto, por la verdad. El séptimo, por la caballería. El octavo, por la esperanza. El noveno, por los perdedores. Y el décimo brindis… ya se verá, tampoco es cuestión de no encontrar tu servicio.
Cuando la primera botella esté vacía no la llevaré al contenedor del vidrio, como acostumbro, se salvará en el donoso escrutinio y la pondré en mi biblioteca, en las estanterías del cervantismo. El vino se termina; la gratitud, no. La amistad es cultura.
Como si lo viese, ese lector rápido de reflejos que los columnistas de provincias tenemos ya estará presto a preguntarme, nada más nos crucemos hoy en la calle: «¿No le sobrará la segunda botellina de Hideputa?». Pues no, pero hizo usted bien en preguntármelo. Nunca se sabe, querido amigo. Ah, ¿no se merece la vida el décimo brindis?