Ordinarieces impropias
Ni Quevedo pudo hacer una tortilla sin romper huevos. Por tanto, si esta columna me sale soez la culpa no será mía sino del alcalde de Valladolid. Haré lo que pueda, pero no prometo nada. Como todo el planeta Tierra sabe, el regidor socialista Óscar Puente ha escrito en su cuenta de Twitter: «A Toni Cantó le van a pagar 75.000 euros por rascarse los huevos a dos manos». Paquirrín no lo hubiese expresado peor. Dicha zafiedad es impropia de un político democrático, además de banalizar la interesante cuestión de los altos cargos y sus altos sueldos. «Hay que ser gallina para llamar huevos a los testículos», habrá exclamado el inspector Torrente. El alcalde pucelano asegura que no lo ha dicho en un calentón . Le creemos, buscaba el impacto mediático. Lo ha logrado, sin duda. Sin embargo, si viajas con chófer y tienes tratamiento de excelentísimo no puedes hablar como un galeote. Va en tu sueldo no hacerlo. O sea, debes ejercer con autocontrol tus críticas. Enseguida se reafirmó con otra zafiedad: «Cantó es un mierda». Un insulto más propio del señorito de Los Santos Inocentes, que de un político de izquierdas. Se vengó de una ofensa pendiente con el exactor, quien por la boca ha muerto varias veces. El problema de fondo no es solo el odio que denota Puente, sino el que contagia. Las redes se volvieron cacareo. Si abres la caja de los insultos, ¿quién pone luego el límite, se puede llamar «mierda» a un rival pero no mentarle el árbol genealógico?, ¿quiénes marcan ahora la línea roja del exceso verbal? Descalificar en zafio no es hartazgo sino pereza, y Puente ha bostezado en público.
Resulta indudable que cargo y sueldo de Toni Cantó, como responsable de la Oficina del área del Español de la Comunidad de Madrid, han provocado rechazo y no solo en el ámbito de la oposición, también en el de la Cultura. Pero que el alcalde Valladolid le llame «mierda» me suena a don Pablo, el jefe franquista de Antonio Alcántara. El lenguaje es ideología, y las buenas formas tienen su propia gramática. Pero puede que esto último solo sean ideas trasnochadas de un juglar de columnas, aún aferrado a escribir de manera que no abochorne a mis mayores ni a mis maestros, incluso ahora que ya no pueden leerme.