Gran periodista con mostacho
Montero Reguera me remite su libro: Periodismo y literatura en el cruce de dos siglos: José Montero Iglesias (1878-1920). Editado por el Centro de Estudios Mirobrigenses, es un monográfico sobre la obra de su bisabuelo, periodista y poeta fallecido de tuberculosis, cuando gozaba de renombre nacional en periódicos y revistas. «Ha muerto pobre, deja mujer y cuatro hijos», informaba Abc En España, el reconocimiento de la valía profesional es compatible con pagar un sueldo mísero. A Montero Iglesias se le leía mucho y contaba con el respeto de Pereda y de Galdós, entre otros grandes. Desde la foto de la portada, nos observa con elegante mostacho.
Y sí, la muerte truncó su prometedora carrera como periodista y poeta, pero también como biógrafo, dramaturgo y libretista de zarzuela, escritor cómico, entre otros registros. Mi padre coincidió con un hijo suyo en la redacción de Madrid, a quien está dedicado el libro
No hay ápice de hagiografía, todo está jerarquizado en su justa medida, con sólidos cimientos documentales. Es la sencillez aparente la que nos revela el afecto. Raspa en una vida y saldrá una familia, con la que dialoga por identificación o por rechazo.
Aquella España en la que vivió y murió Montero Iglesias ya no nos resulta lejana. Aunque no se estilen los mostachos en punta, ni el sombrero canotier, nuestra sociedad sufre formas de pobreza que creíamos ya erradicadas, y que nos hacen más próxima su figura. Qué gran enciclopedia de la ingratitud se podría elaborar con nuestros olvidados, sin necesidad de discernir entre vivos y muertos. Angustiado por el desamparo económico en el que quedaban los suyos, puesto ya el pie en el estribo, escribió un último soneto en el que le suplica a Dios: «El alma te pide de rodillas…/Por estas infelices avecillas/ que aún necesitan el calor de un nido». Por desgracia, la suya no es una vieja historia dickensiana. Sin alharacas laudatorias ni condenas, como de puntillas, Montero Reguera, cervantista y catedrático de Literatura Española, pasa el espejo por la intrahistoria. Casado con una hija del que fue director de Proa y de La Hora Leonesa, Enrique Cimas, hace justicia a un antepasado y a una profesión. Gracias, en nombre de mis colegas.