Todos los nombres de León (I)
Santa Eulalia de las Manzanas devuelve al piso superior de la infancia, al desván donde las reinetas descontaban el tiempo hasta la siguiente floración, mientras se horneaban y el verde tornaba a ámbar y anunciaba el momento de hincarles el diente. Hay nombres de León que conservan bajo la lápida la sonoridad que definieron cuando albergaban familias, rebaños y ciclos vitales que traen las estaciones a esta tierra de feliz desventura. Detrás del Luna se levanta un acantilado que permite hacer cumbre, en vez de empujar al precipicio. Te pones a repasar los términos, y se endulza el paladar. Láncara, con la firmeza de las esdrújulas en una tierra que se expresa con el énfasis que da la insistencia en las dos o tres letras de salida; con ese tono exagerado del que se marcha y deja caer, sutil, que va a volver. León agudo, el de la tilde en la ene. Lagüelles, con la diéresis que llevan y traen las cigüeñas, el agüita de los manantiales que sana los reveses de aquellos pájaros de mal agüero que hicieron agua la mitad de este departamento de montaña, agreste, alpina, con sus puertos colosales y sus lenguas verdes con pasto suficiente para alimentar a la mitad de la cabaña ganadera del país. Ese ungüento sanador es común en la comarca. Una señal debería avisar desde antes de Garaño de que la carretera retorcida contiene trazas de emoción. Para que el viajero no se exponga a la belleza del entorno que acompaña la plasticidad de los nombres que se empeñan en la inmortalidad de los lugares; las aldeas, los pueblos, las ventas. Cosera, Miñera, La Canela (que es al paraíso lo que el sexto día a la Creación), Truva, Trabanco, Oblanca. Por si queda espacio para las semifinales oficiosas de nombres resonantes del universo, Mirantes, Caldas, Mallo. Composiciones fonéticas a la altura de un espacio que se mira en el espejo del río al que quisieron hacer añicos a base de contener con hormigón y lodazales ese tono plateado que las noches claras y estrelladas del verano cargan de razones y redundancia. Lo llamaron Luna porque no hay referencia más justa que el firmamento; el Luna de las sabinas, de las peñas irreductibles, del zigzag fluvial; desde La Magdalena a Rabanal; el de los rabadanes, que difunden la semilla del estío leonés por los inviernos de la dehesa.