El español universal
Hace ya décadas que la Real Academia, que «limpia, fija y da esplendor» a nuestro idioma según su propio lema, ha entendido a la perfección que el español es patrimonio de los hispanohablantes, y por eso se hizo panhispánica e incorporó a las academias nacionales de los países hispánicos a la tarea de conseguir el único objetivo intervencionista que tiene sentido: que las diversas variantes no impidan que nos sigamos entendiendo todos quienes hablamos en español. La globalización ha facilitado este designio, ya que la compartimentación, que felizmente nunca se produjo, había de ser fruto del aislamiento si llegaba alguna vez. Por eso mismo, pretender convertir Madrid en la capital del español es una paletada y un gesto pueblerino. Una afición de nuevo rico que quiere comprar el aire que respira. Sólo el 8% de quienes hablan español son españoles, y desde luego hay ciudades no necesariamente más grandes que Madrid que comparten idioma, y que con más derecho que la capital de España podrían exhibir títulos honoríficos si fueran tan fatuos como la antigua cabeza del imperio.