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Las calles de la capital leonesa se están tiñendo de color León. Es un cambio silencioso y lento que ha empezado por algunos barrios como el de Santa Ana y Palomera. Un granate que quisiera ser púrpura o carmesí es el nuevo cromatismo del callejero, iniciado con la sustitución de 750 placas. La identidad leonesa reclama espacio ahora que la ‘leonesidad’ emerge por encima del leonesismo político, ese que Valladolid quiere reducir a ‘quejicas’. El cambio de las placas de las calles viene acompañado de una doble nomenclatura, en castellano y en ¿llionés? y un pequeño escudo con el león rampante, al que espero que no hayan cortado la cola.

Son gestos que no son meros adornos, aunque las formas hayan evolucionado desde el león pasante de la Edad Media al león rampante que se tomó como bandera oficial durante la Transición. León quiere amoldar su imagen y figura dentro de una Comunidad en la que, al menos una parte, se siente incómoda desde el principio y con la que a menudo disiente. Las placas no van a cambiar mucho esta realidad.

¿Por qué ayuntamientos y juntas vecinales homenajean en callejeros como el de León capital o pueblos perdidos en los Oteros a figuras del fascismo y del franquismo?

Solo son un guiño a la autoestima leonesa. Y digo yo que, puesto a cambiar las placas de color, tal vez el Ayuntamiento de León y, especialmente sus juntas vecinales, deberían tomarse en serio la ley de memoria histórica y retirar de una vez por todas nombres que afrentan a la democracia y a las víctimas del franquismo.

Hoy se cumplen 85 años del golpe de estado de Franco y otros generales contra la II República y el Gobierno elegido en las urnas. Y todavía perviven las calles Millán Astray, Calvo Sotelo, Generalísimo... en el callejero del primer municipio de León. A los gobernantes, del color que sean, se les debería sancionar por no cumplir la ley que, desde 2007, obliga a eliminar esta nomenclatura hagiográfica del fascismo. No sólo en León capital. Son calles que ya no conducen a ninguna parte, como la de General Queipo de Llano que pervive en Pobladura de los Oteros.

Un callejero que no tiene empacho en dedicar una calle a las Mártires de Somiedo y no ha sabido recuperar la plaza de La Libertad en Santo Domingo se puede vestir del color que quiera, pero no hace justicia con las miles de víctimas que no han alcanzado la gloria de la beatificación o de ser recordadas en bustos y esculturas, como se erige en la iglesia la figura un misionero que murió en 1983 al caer el helicóptero que le trasladaba, enfermo, sobre el río Orinoco y cuentan que llevaba la camisa azul debajo del hábito.

León tiene una asignatura pendiente con la memoria para fraguar su identidad verdadera, que va más allá del ‘pantone’.