Ana Iris Simón
Un equilibrio desequilibrado. La estrategia de la globalización es mantener la justicia social interior de los países ricos mediante la explotación de los países humildes y proletarios del Tercer Mundo. Podríamos decir que consiste en externalizar la explotación y la injusticia, llevándola a paraísos empresariales, sin derechos laborales y con condiciones próximas a la esclavitud. En ese proceso, también se han subcontratado las contiendas ideológicas: ya nada más se producen en naciones en desarrollo, donde la agitación todavía es un factor asumible en la lucha por el poder, la mayoría de ellas fallidas descolonizaciones de los grandes imperios que se fueron desprendiendo de sus territorios durante el convulso siglo pasado. En este panorama, no resulta inane la hipótesis que sostiene en Feria Ana Iris Simón: traemos cotizantes extranjeros al primer mundo que alimenten los fondos de las futuras pensiones a costa de quitárselos a sus países de origen. Eso también formaría parte del equilibrio desequilibrado que propugna la globalización, el liberalismo llevado hasta sus últimas fronteras y consecuencias.
Con Feria, la manchega Ana Iris Simón ha dado a luz a un libro que, sin ser un prodigio de escritura literaria, ha levantado ampollas a derecha e izquierda del arco político patrio. Le han llovido los palos desde las dos aceras y no creo que fuera por mostrarse orgullosa de pertenecer a una familia de tradición comunista o por citar en algún párrafo un texto sobre el Quijote del protofalangista Ramiro Ledesma Ramos. Con ideas como la arriba expuesta, no es de extrañar que haya incomodado a ambas orillas del espectro ideológico. A la progresía cooperante la ha desnudado al convertirla en colaborador necesario de la globalización y a la ultraderecha la ha puesto ante el espejo de considerar a los inmigrantes como innegables e imprescindibles patriotas económicos.
De cuando en cuando, sorprendentemente, nuestra industria editorial todavía se permite publicar libros así. Sin demasiadas pretensiones, con una cubierta de regional preferente, errores de maquetación de novato, pero indisciplinados y llenos de ideas independientes del pensamiento profundamente ideologizado —y, por ello, trivial y manso— del que nos valemos en el día a día. La falsilla con que miramos y juzgamos el mundo y nuestro alrededor, esa compota de valores que cotizan en la bolsa de nuestra moralidad reinante, es cuestionada en profundidad mediante una escritura de apariencia naif. Feria, ese fenómeno literario inesperado, con toda la inocencia, sacude las ideas ambiente con precisión de otoño.