Diario de León

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El partido que dirige Inés Arrimadas en plena crisis de credibilidad electoral, como se ha evidenciado en las elecciones de Cataluña y Madrid (de 36 escaños a 6 y de 26 a 0, respectivamente) ha escenificado el pasado fin de semana un último intento de mantenerse a flote al menos hasta las próximas generales. Aunque, dos años, se le pueden hacer muy largos.

Ciudadanos ha ondeado dos banderas para intentar resistir la fuga de militantes y retener a sus votantes: la bandera verde y la liberal. Es cierto que ambas no tienen dueño en el panorama político nacional.

La incógnita es si tienen adeptos. Los liberales españoles, que existen, pueden estar desengaños de las múltiples siglas que han pretendido desde la Transición ser paladines de este ideario sin conseguir otra cosa que restar apoyo a los grandes partidos para después subastar su apoyo a uno u otro. Y la bandera verde todavía se considera en España cosa de Greenpeace y National Geographic. Con la maldición de los partidos de centro como marco de referencia histórico, los fieles a Edmundo Bal y Arrimadas se aferran a las siglas rechazando una fórmula de fusión con el PP.

Una luchadora por la libertad como Rosa Díez cavó su tumba política, precisamente, cuando se negó a asociarse con el entonces pujante Cs de Albert Rivera. En un barco del que están saltado un día sí y otro también cargos directivos, la cúpula del partido pretende llegar, como sea, hasta las elecciones generales, cuando Sánchez tenga a bien convocarlas. El objetivo táctico, viable sobre el papel, es convertirse en refugio de los votantes socialistas defraudados por el ‘sanchismo’, pero incapaces de meter en la urna una papeleta del PP.

Por eso Arrimadas y los suyos han vaciado de perfiles ideológicos la sigla ofreciendo una especie de área de descanso con los atractivos colores verde y liberal. Se trata de una llamada casi más emocional que política a los que ‘huyen de los extremos’, a los que no quieren las dos Españas, a los que rechazan el círculo vicioso de los dos grandes partidos turnándose en el poder. Pero en un momento en que el marco mental dominante es que solo la unidad del centro-derecha puede sacar a Sánchez, al populismo y al separatismo de la Moncloa, el mensaje de Cs suena un tanto naif.

Para empeorar las cosas, al mismo tiempo que los de Arrimadas montaban la puesta en escena, socialistas y populares reaccionaban también con la mirada puesta en 2023, o cuando Sánchez tenga a bien convocar. El PSOE soltó el lastre más identificado con el ‘sanchismo’ (Redondo, Calvo, Abalos) buscando diluir perfiles y centrar al presidente. El PP de Casado hacía parecida maniobra en Santiago ocupando el espectro centro-derecha desde Ayuso hasta Feijoo. Se llama achicar los espacios. Y es una mala noticia para Cs.

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