Diario de León

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Se hacían llamar luditas y se convirtieron en los primeros sindicalistas de la historia. Como a nosotros, les pilló el progreso y su única alternativa fue destruir la maquinaria que les condenaba a pasar más hambre y miseria de la que les había tocado como legado. Los trabajadores bercianos que bloquean la salida de palas eólicas de la factoría de LM son la nueva ola de aquellos hombres decimonónicos y, como siempre pasa con la marea, su espuma desaparecerá con el cambio de luna. Más de 300 obreros —una palabra que nuestro snobismo de aspirantes al transhumanismo ha desterrado y que deberíamos grabar para no olvidar que esa es la palabra que nos hizo hombres— perderán el trabajo. La empresa ofrece vacaciones en Francia o Castellón, la venda para una herida que amenaza con grangrenarse. Volveremos a ser nómadas. Iremos allí donde nos den trabajo y un suelo en el que descansar. Mientras cierran la factoría en Ponferrada, hacen tratos con cuantos amañan el monopoly en que quieren convertir toda la cordillera cantábrica.

Es hora de pensar si regalar el suelo y dar subvenciones millonarias a empresas como esta (el ejemplo de Vestas aún escuece) es el camino para crear tejido industrial o simplemente se trata de regalar dinero de todos para llegar vivos a las próximas elecciones.

La Junta estudia los planes troceados de parques de aerogeneradores con los que los protagonistas de este nuevo pelotazo tratan de burlar la ley y dejar todo este espacio del oeste como el vertedero de España.

Los luditas tuvieron que trabajar mucho para ser cada día más pobres. Un siglo después de aquello dos guerras mundiales sajaron y limpiaron los remanentes, las sobras de un desarrollo industrial que parecía infinito. Algo parecido pasará ahora.

Es cierto que la humanidad va en línea recta, que la utopía, con sus baches, no se acaba nunca y es una verdad inalterable que la historia está cada vez más cerca de su final pero, lamentablemente, esta no es aún la civilización del último hombre.

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