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Qué distinto aquel León anterior al régimen que le impone el equipo de dietistas de la Junta, empeñados, como Garzón, en que a la gente que ve el plato no le lleguen las tajadas. Aquel León que se alegraba al son del Botones de Arriba Abajo, arraigado en el alma cazurra, con el poso sentimental que Verdi dejó para los judíos con el Coro de los Esclavos. Aquel León del carrillón de Botines daba la hora tercia con la sintonía inmortal que hizo a la Sobarriba tierra de promisión; nuestro Nabucco, el va pensiero, que enciende la murria cuando el agua serenada se intuye como mar calmado entre riberas, que agita la melancolía y jamás rompe el acantilado; la marea alta tras la séptima ola, y la playa despejada para pintar corazones en la arena con el pincel del dedo gordo del pie, descarnado y desahogado por el alivio de la brisa después de la merienda. Habría que devolver la apoteosis a las citas del horario canónico; a las campanadas del bullicio del Ángelus, esas albricias de la hora sexta, a los laudes, a la nona, tan reflexiva en medio del desierto que acaba de pasar y el calvario que le resta al día; sinfonías familiares, el repertorio y los soniquetes que se colaron en la lista de las nanas que arroparon a las generaciones leonesas entre las mantillas de ganchillo y el amor materno, para concretar cuánto patrimonio queda bajo las ruinas; la Sobarriba siempre inspiró al talento de gente que supo poner el oído en el yunque de los cortejos. De allí proceden también los acordes que se representan celestiales entre gaitas de fole y rabeles, según consta en el trabajo recopilatorio que hace años labra Son del Cordel, tan bien recogido en las Coplas de la Sobarriba, que abren una botonera en la esencia social de León, como una ventolera que no atiende a edades, perspectivas y modas. Tan buena, que se apresuraron a copiarla los mismos que llevan treinta años empeñados en hacer del folk leonés otra disculpa de cohesión territorial para justificar el engendro del estado autonómico. Sobarriba hay una; sus rondas, sus coplas, sus jotas, multiplican las melodía que abren el dintel de la memoria leonesa; hasta aquel León que era de Cholo y Alquitrán o de Loli y Alborada, cuando los dos bandos de españoles se dividían entre los fans de los Pecos y los de Pedro Marín. Aire. Aire.