La última Nochevieja
Los petardos y los fuegos artificiales tronaban en la Nochevieja de este año. Entre los estruendos, un joven de 21 años acabó con su vida de un disparo mientras su madre subía por la escalera. El motivo es desconocido. Sin nota ni adiós. No tenía patologías mentales, pero desde el inicio de la pandemia hace dos años su forma de ser cambió radicalmente. Lo sé porque era amigo mío.
Este caso no es único. Los suicidios han aumentado hasta convertirse en una de las principales causas de mortalidad entre la población joven. Y esto no es una simple moda circunstancial a la que la gente recurre por no salir de fiesta. Acabar con tu propia vida no es una decisión que se tome por echar de menos el reggaeton. El aislamiento social sumado al continuo estrés de no contraer el virus son una bomba de relojería para personas con patologías mentales. Esto ha supuesto también el desarrollo de cuadros de ansiedad y depresión en personas que no tenían indicios previos.
El covid ha afectado en muchos aspectos a nuestra manera de vivir. Todos sabemos que la mascarilla es un incordio, dar abrazos es parte del recuerdo, el confinamiento fue demoledor para muchas personas y casi olvidamos cuándo fue la última vez que viajamos. Pero hay personas a las que estas medidas no les ha supuesto una simple molestia pasajera. Más bien ha sentenciado el punto final en sus vidas.
La solución no parece sencilla. El ser humano es un animal social que desde el metro y medio de distancia esconde su naturaleza. Pero el covid ha relegado esta parte de las personas a un tímido segundo plano. Las consecuencias son terribles, aunque casi parece peor el remedio que la enfermedad.
Fomentar la aceptación de los problemas de salud mental y vencer los tópicos es un deber ciudadano. Hasta que la situación no vuelva a la normalidad, sin ‘nueva’. Apretar los dientes y cuidar la salud mental igual que cuidamos nuestro cuerpo es el único destino para la vida de los jóvenes y de todas las personas.
Tras un año y medio de saturación el fin es la única solución. Quizás los psicólogos puedan contener esta avalancha de casos. Visibilizar esta realidad es un apoyo. No avergonzarse de buscar ayuda, también. Pero no hay mejor medicina para esto que recuperar el tiempo y los abrazos perdidos en el horizonte de la vacunación.