El río del olvido
La fortaleza literaria de León es más que notable. Y sus posibilidades aún sin percibirse, por ejemplo mediante las Rutas Literarias, una riqueza importante dentro del creciente interés existente por el Turismo Cultural. Las posibilidades, tanto ciudadanas como de localidades repartidas por todos los ámbitos del paisaje provincial, ofrecen diversidad, asombros y múltiples alternativas. De ahí que cualquier iniciativa en este sentido merezca, a mi juicio, el aplauso, máxime si se prepara con profesionalidad y esmero. Tal es el caso de la bautizada como El Eco de la Montaña, concebida y promovida desde el IES de Boñar, con la colaboración del Ayuntamiento.
La ruta, inaugurada el pasado día 26 de junio, está basada en dos obras de Julio Llamazares, Distintas formas de mirar el agua y Retrato de bañista. Al margen de acercarnos a la extraordinaria obra de Llamazares, una de las voces narrativas más sobresalientes del actual panorama en español, la ruta se convierte en un hermoso homenaje a los habitantes de estos pueblos y sus gentes (Rucayo, Lodares, Vegamián, Utrero…).
La circunstancia, no sé por qué, me lleva inevitablemente a otra de las obras del escritor de Vegamián: El río del olvido es el relato de un viaje por el Curueño y la descripción de un mundo que ya entonces agonizaba. Y a este viaje quedaron invitados muchos lectores. El libro fue, y sigue siendo en buena medida, más determinante que una campaña publicitaria. Me acecha, sin embargo, una duda sobre el título al leer Mitos, ritos y leyendas de Galicia, de Pemón Bouzas y Xosé A. Domelo. Los autores de esta exitosa publicación hablan de que entre los sortilegios de los sacerdotes-hechiceros que lanzaban sobre su territorio, «uno de los más temidos por los romanos era el que protegía el vado del río Limia, conocido como el Río del Olvido, pues era creencia que aquellos extranjeros que lo cruzasen inmediatamente perderían la memoria y con ello toda referencia a su vida pasada».
Aquí, entiendo, ocurre lo contrario. «El paisaje es memoria»: es la primera frase de El río del olvido. El lector-viajero podrá comprobarlo, porque «más allá de sus límites, el paisaje sostiene las huellas del pasado —continúa la voz de J. Llamazares—, reconstruye recuerdos, proyecta en la mirada las sombras de otro tiempo que solo existe ya como reflejo de sí mismo en la memoria del viajero o del que, simplemente, sigue fiel a ese paisaje». Merece la pena.