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En el suelo, una cazuela metálica. Piedras repartidas por la calzada. Troncos que humean. Contenedores de basura ennegrecidos después de un incendio.

En el suelo, un cazo de acero, de los que se usan para calentar el agua, o la leche, o los huevos. Se nota que alguien lo ha usado para hacer ruido, para protestar, y después lo ha dejado abandonado. Al otro lado de la carretera, la fachada de la empresa de catering Cat & Rest, escenario de las negociaciones entre el comité de empresa y la dirección de LM para evitar los despidos, parece que hubiera sufrido el paso de una tormenta. Tiene los cristales de la fachada reventados a pedradas. Alguien ha cortado la luz, el agua y han dejado de funcionar las cámaras de seguridad.

Entonces se abre la puerta corredera. Dos personas retiran las jardineras que la bloqueaban y aparece un automóvil con los cuatro negociadores de la fábrica eólica.

Ya no llueven piedras, ni troncos, ni botellas. Ya no suena ninguna cazuela. Pero la pitada y los gritos son monumentales. El automóvil se va. Desaparece en la larga avenida protegido por la Policía Nacional. Y sobre la calzada, los gritos bajan de intensidad, dejan paso al rumor de las conversaciones, cada vez más apagadas, mientras los trabajadores de LM caminan hacia sus coches, regresan a sus casas. Y no pueden saber lo que pasará mañana después de la ruptura de las negociaciones por parte de la empresa —insisten— y del «asedio», esa es la expresión que empleó el gerente de Cat & Rest, que ha mantenido a la delegación empresarial cinco horas en el interior del edificio, en una habitación sin ventanas, a la luz de dos velas, mientras aguardaban a que la Policía les sirviera de escolta.

La carretera se despeja. Estoy a punto de darle una patada a la cazuela metálica. Se han ido los bomberos, que han apagado el fuego en los contenedores y los rescoldos de las hogueras a las puertas de Cat & Rest. Se ha marchado la delegación empresarial. Se van, poco a poco, los trabajadores, entre la rabia y la desolación. Y en el lugar de la batalla, porque eso es lo que parece, solo queda una hilera de agentes antidisturbios. La imagen recuerda las huelgas del carbón. Y todos sabemos como acabó aquello.