Todos los nombres de León (VII)
Fruto de las políticas coloniales que dinamitan el amor propio y abren boquetes en el carril de la autoestima, estalla el fenómeno de buscar en el mapa mundi nombres para vestir la esencia leonesa con los colorines del márketing; Mesopotamia por aquí; la Capadocia por allá; anda, que iban los turcos a rebuscar en cartografía ajena para inflar el paquete turístico de la aridez si tuvieran a mano topónimos tan plásticos como Eslonza, Esla, o sabariego; le hace la misma falta a Lancia (ahí, ya, cuando don Vicenzo ajustó las bielas del primer utilitario) ir a inspirarse al Éufrates, como a la lucha leonesa invitar a Igea para redimirse (la lucha, digo); tanta, como poner corazones amarillos para vender cecina. Bollo de monja, carga de trigo. Colocaron un mamotreto de hormigón entre las peñas para levantar cementerios que cambiaron la estela de las truchas de Huelde por el surco que dejan las fuera borda de Camiña a la puerta de Éscaro; ahora creen que un sello de turismo puede liquidar la memoria bajo una lápida al reflejo de la tarde, entre el filtro de las dos luces que confunden el ocaso y el albor, los sestiles y las ráfagas de nieve, sobre el telón de fondo indomable de las coníferas de la Villa y la roca de la Reina, y los hayedos inmortales de Hormas y el Pando, a la otra orilla del Gilbo, frente por frente, que decimos los cazurros. Fiordos, con el vikingo cormorán, huido a esta colonia de acogida desde que el bombardeo de los Balcanes lo desterró de los acantilados del Adriático croata. A ver. Decencia. Sujeten la euforia veraniega, que hay niños. Niños que vienen al mundo privados del derecho a la infancia en la casa de los abuelos; que es la patria. La patria perdida de León, que tenía el mismo molde en Pedrosa del Rey, en Utrero, en Cosera. Las víctimas seguirán, de generación en generación. Con un poco de respeto que mostremos al acercarnos al agua, por igual a la estancada en prisiones de cemento que a la que baja los escalones de dos en dos al precipitarse en los valles altos, y deja cascadas y pozas con la luz de los corales, sobrarían los excesos de rebautizar con exotismo a lo que ya sabemos cómo se llama. Honor y gloria a los leoneses que nacieron en los pueblos sepultados. Y a sus hijos. Y a los hijos de sus hijos. Honor y gloria, por los siglos de los siglos.