Dejad a Lorca en paz
El atroz revisionismo histórico que padecemos se convierte, por momentos, en puro surrealismo. Creí que había oído de todo con la última polémica sobre restituir ‘su’ calle a Millán Astray y a los ‘caídos de la división azul’ —¡que no eran del franquismo, dicen!— cuando hete aquí que una diputada de Vox, de cuyo nombre prefiero no acordarme, va y dice en sede parlamentaria que, si Lorca viviese, sería de este partido, que es «el único que defiende las esencias de España como Lorca las defendía». El episodio sigue a la falsificación, por parte del Ministerio de Igualdad que detenta doña Irene Montero, de una clásica fotografía en la que se ve a Salvador Dalí con su mujer, Gala: desde este Ministerio se ha cambiado la imagen de Gala por la de Federico García Lorca, para potenciar, dicen, la idea de la igualdad homo y heterosexual.
Yendo por partes, pero hablando siempre de este revisionismo que corroe nuestra Historia, personalmente me rebelo ante la idea de que Millán Astray, un hombre que gritó, ante Unamuno, ‘muera la inteligencia’ y a quien las vidas humanas importaban más bien poco, por decirlo suavemente, tenga una calle en Madrid o en cualquier otra parte del mundo.
Pero no es el momento de glosar las excelencias o atacar los excesos de leyes como las de Memoria Histórica y Memoria Democrática. Hemos deformado demasiadas veces nuestra propia Historia, hemos silenciado demasiadas atrocidades, hemos ignorado a demasiados personajes ilustres que no estaban en el bando de los vencedores, hemos sido talibanes destructores de iconos, estatuas y monumentos, como para escandalizarnos ahora ante la demolición del busto de Indalecio Prieto o la exaltación callejera del fundador de la Legión. Hemos logrado, en suma, incluir la Historia en la tragedia de las dos Españas, y nuestro corazón se ha helado del todo, como constató Machado.
Lo de Lorca, empero, es diferente. Casi peor. Al calor de una serie televisiva en la que el gran poeta es protagonista, y ante un nuevo aniversario de su muerte, se están cometiendo demasiados desmanes: ¡ay si uno, periodista, hubiese deformado, con voluntad pedagógica o no, un cartel que, como el de Gala con Dalí, es ya un valor icónico! Probablemente sería denunciado, y creo que con razón, por una falta contra la deontología periodística. Pero, claro, desde el Ministerio de la señora Montero se pueden propiciar -- y pobre del que los critique..-- todos los absurdos pueriles que estamos contemplando, ignoro hasta cuándo, pero espero que durante no mucho tiempo más ya.
Y apropiarse de la figura de Lorca, que es un patrimonio de todos, para incluirla en la militancia de un partido extremista me parece tan indigno como cuando, anteriormente, otros, de signo diferente, quisieron también convertir al poeta en un emblema al servicio de ideas e intereses que tampoco estoy seguro de que compartiese del todo el enorme escritor granadino, fusilado, eso sí, por el bando franquista. Lo cual para nada exime del reproche que merece el diputado —este, de Unidas Podemos— que, a la salida de tono de la parlamentaria de Vox sobre Lorca, replicó, a grito pelado también en sede del Legislativo: «¡Pero si lo matasteis vosotros!». Los extremos, a veces, casi se tocan en el absurdo. Lo malo es cuando tanto ridículo se hace en la sede de la democracia y ya ni siquiera nos indignamos: nos estamos acostumbrando.