Amarillismo rosa
El rumor, demasiadas veces, no es la antesala de la noticia —como decía aquel periodista deportivo—, sino del desmentido. Casi siempre lo ha sido: adelantar, como información contrastada, lo nacido bajo la especie de comadreo o cuchicheo, sin los debidos cotejos, es lo que se ha llamado sensacionalismo. La prensa del bajo vientre, especializada en exclusivas aunque sean falsas, dar eco a la habladuría y alas al chafardeo, sabe una barbaridad de esto y además se ha perfeccionado mucho, pues en la actualidad produce las noticias, las crea mediante pago. Un alto porcentaje de los reportajes que recoge esta clase de prensa terminan confirmándose porque en realidad han sido diseñados en sus propios despachos. Hasta contratos de silencio hacen firmar a los presuntos protagonistas quienes mueven los hilos de este tipo de espectáculos de amarillismo rosa. No es nada nuevo, ya decimos. En Inglaterra, que fue la cuna del sensacionalismo, lo tenían claro: el secreto sería alentar las emociones del lector y no su reflexión, con el sagrado objeto de entretener, es decir, hacer ameno el a veces modorro paso del tiempo.
Hoy el objetivo parece haber variado un poco y ha pasado a ser provocar el escándalo o la curiosidad, por lo que el semiperiodista, atribulado por la falta de una buena crónica que echarse al coleto, ensancha sus tragaderas objetivas y puede acabar dando por aceptable cualquier comentario que le hagan por ahí. La profusión digital de cabeceras, con su afán por distinguirse y destacar, además, contribuye no poco a ello. Tampoco son ajenos los agregadores de noticias, esos robots que chequean las redes a la captura de artículos con mucha visibilidad potencial, aunque sean chorradas como las que encabezan el portal de Yahoo, por poner un ejemplo concreto. Algún periódico digital muy progresista, por citar otro caso, tiene una fe tan honda en la creación social de la información que ya casi se ha convertido en una antología de tuiteradas.
Más allá de preguntarnos por la deontología —el correcto hacer— de medios y periodistas, que son cazadores de instantes, nos cuestionamos si esas piezas que nos ofrecen son significativas. ¿La realidad es esto? Porque, si es así, encuentro muy cambiado, además del periodismo, el mundo. ¿No le parece al lector que demasiado a menudo no es que nos estén anunciando que un perro ha mordido a un niño, sino que simplemente nos cuentan que los perros ladran?