Todos los nombres de León (VIII)
U n día saciado no es un buen día. Buen día es un día de sed. Otra lección gratis que nos presta el verano que se hace fuente en ese tramo de León de cintura para abajo, fruto de la mano del hombre, que moldeó todas y cada una de las aristas a las que alcanza la vista. La larga línea verde es nuestra línea. Un cultivo tropical inunda una de las superficies uniformes más vastas de cuantas pueden recrear el paisaje leonés. Si la forma del viento toca la fibra de los pinares hasta componer una de las sinfonías entrañables posibles de esta tierra, los maizales se han adueñado de un hábitat con el poder de los colores atrevidos, que hace que la mente sea todo el cuerpo, más allá del castro del cerebro. Los maizales y su capacidad de convocatoria para organizar festivales de trinos en jolgorios vespertinos a los que la red eléctrica presta los tendidos como pentagramas, con las alondras en forma de claves de sol, y los tordos, señores estorninos, corcheas y semifusas que armonizan la melodía pegadiza que repiten machacones, en plan Marcha Radetzky que se fuga por los ventanales de la Ópera de Viena, mientras más abajo, lejano, este danubio azul se apodera de la vega. De la vega baja que envidiarían los polacos. Igual que marzo regala atrezzos de muelles de la Isla de Ellis a la afluencia de las bandadas por san José, hay algo innegable de aires de andén de estación y muelles de embarque del puerto de Vigo en las convocatorias masivas de golondrinas y aviones que ensayan el viajeros al tren definitivo que cualquier mañana inmediata los meterá en el ferry sin escalas al África que imaginamos tropical; y verde. Como el maíz. Y así acabará otro capítulo central del calendario que deberíamos haber aprovechado para enamorarnos, y plantar cara a esos revolcones emocionales que llevan de fondo el hilo musical del gorjeo sobre los penachos, o desengañarnos para siempre, al ver que las agujas del reloj solar no bastan para coser las cicatrices por las que se abre paso el vuelo de la nostalgia. Para las veces que es necesario rebajar la presión de las calderas, campos de maíz, y su facultad innata de termostato natural, una vez que dejan entrada libre a los pasillos que engulle el laberinto. El ejemplo del maíz y sus buenos días de verano, en los que sacia la sed.