Una Fernández ahí
E ste sábado juegan en Nueva York la final femenina del US Open (uno de los cuatro grand slam del calendario) dos tenistas sorprendentes que han ido barriendo a celebridades en las dos últimas semanas: Emma Raducanu y Leylah Fernández, una inglesa y una canadiense cuyos apellidos harían pensar en otros países y no en el que dice su pasaporte, pues el Raducanu orienta directamente a Rumanía y el Fernández de Leylah nos lleva a cualquier lugar hispanoamericano.
Son dos chavalas aún con 19 y 18 años, hijas de la emigración que tanta gente mueve en este tiempo nuestro. Fernández es hija de un ecuatoriano que buscó el sentido de la vida y el pan viajando del trópico al frío cuasi polar de Canadá, y Raducanu, de padre rumano y madre china, es inglesa, aunque nació también canadiense en Toronto hasta que su familia se instaló en Londres teniendo sólo dos años. Diríase que son un prodigio de precocidad y madurezsiendo pipiolas, muy serias las dos ocultando las emociones altisonantes tan frecuentes en este deporte. Y demuestran esa terca seriedad de quien sale de alguna nada pidiendo silla junto a las estrellas, hechas al esfuerzo tenaz las dos imitando sin duda a sus padres que remaron lo suyo hasta lograr instalarse en lo que nunca les fue familiar, sin más padrinos, con pocos favores.
De Canadá fascina su apertura al emigrante (también le es básico), su multiculturalidad (solo en Calgary hay 18 comunidades extranjeras) o su bilingüismo y lo binacional (sin que la sangre llegue al río, así que la Fernández habla inglés, francés y español con soltura familiar). Mientras tanto, bulle en España la murga contra la inmigración considerada coladero de delincuencia o terroristas. Y por qué no mirar a la isla griega de Icaria, donde enterraron a Ícaro y su soberbia, cuyos habitantes alcanzan la mayor longevidad de Europa no solo por su dieta mediterránea, sino por alegrarse cuando llega uno de fuera brindándole hospitalidad. Eso dicen. Eso creen. En ello se empeñan. Lo hospitalario rejuvenece. Y siendo agradables alcanzan la dicha de vivir.