Desprecio a la historia
La ola de revanchismo histórico que se ha desatado en el mundo está dejando a las ciudades sin estatuas y nombres de calles con recuerdos a protagonistas de nuestra historia. Puede entenderse que no se quiera mantener vivo el homenaje a quienes esclavizaron, asesinaron a masas y destruyeron culturas, pero no es fácil de explicar el sentimiento indiscriminado de venganza por un pasado del que nadie puede considerarse plenamente inocente.
Las estatuas de Cristóbal Colón y los Reyes Católicos, a quienes deberíamos estar agradecidos por haber logrado que los habitantes del Planeta nos conociéramos e integrásemos, han sido el objetivo del odio y el empeño en la búsqueda de culpables de su suerte en América.
En Estados Unidos han sido los indios, en este caso unidos a los afroamericanos, los que están encabezado la liquidación de los recuerdos relacionados con el Descubrimiento. Algunas estaturas del Descubridor y sus patrocinadores fueron retiradas por los gobiernos atendiendo a la presión política, pero la mayor parte fueron pintarrajeadas, derribadas con saña, arrastradas y destruidas con el mayor desprecio a su valor artístico. En los últimos dos años han desaparecido de sus pedestales en California, Florida, Minnesota, Baltimore, Boston, Richmond (Virginia), etcétera. Y la misma suerte corrieron los monumentos dedicados a otras personalidades.
En el propio Capitolio de Washington se retiraron bajo presión de grupos antirracistas once estatuas de representantes confederados. En Latinoamérica está ocurriendo lo mismo: el gobierno de Colombia, consciente de que no puede cambiarle el nombre al país, ha retirado las estaturas de Colón. En México, donde se conmemoran los 200 años de su independencia, se sustituyó la estatua de Colón y se centraron las celebraciones en exigir el perdón de España.
En África, donde aún están recientes los peores recuerdos del pasado colonial, actitudes de revancha de esta naturaleza están a la orden del día.
En todo el mundo de hecho se ha generado la exigencia de pedir perdón de unas sociedades a otras por lo que en su momento hicieron nuestros antepasados. Una cadena ridícula interminable de perdones y contra perdones, que acabaría estimulando odios. A España se le exige perdón y, bajo las mismas razones, nosotros tendríamos que exigírselo a árabes, bárbaros, romanos, griegos, cartagineses y fenicios. Todo lo que los pueblos han ido dejando como herencia se le priva de valor para justificar incompetencia ante los problemas presentes. Es evidente que se han cometido errores y atrocidades con otros pueblos, pero mejor que pedir perdón por el pasado sería ayudarles a mejorar su futuro.