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El caso del joven que denunció una agresión homófoba en Malasaña (Madrid) y después rectificó su declaración inicial para decir que fue una relación consentida no debe quitar el foco de lo que evidencia este caso. Según ha trascendido a los medios, el joven se dedicaba a la prostitución masculina, quedó previamente con un grupo de hombres para mantener relaciones sadomasoquistas y el que le rompiesen la cara y le marcasen la palabra ‘maricón’ en el glúteo formaba parte del pacto. El que este acuerdo ‘contractual’ se produjera no resta importancia al hecho de que haya personas que consideran que pagar por una relación les da carta blanca para saltarse los límites previamente establecidos. La prostitución es mucho más que sexo. En la sociedad actual nadie paga a otra por tener solo sexo. Quien paga busca algo más, domina, y se siente legitimado, ante el supuesto consentimiento previo, para saltarse derechos humanos fundamentales como la dignidad de las personas y la salud. Ahí es donde los límites del pacto consentido pierde su fuerza. Lo más importante en unas relaciones sexuales sanas es el consentimiento. Una relación sexual pactada con límites masoquistas, como es el caso, es tan sana como cualquier otra, pero se convierte en perversa y delictiva, como cualquier otra, si, la otra parte no respeta los límites y se excede por la fuerza ¿Cómo justificar entonces que esa relación violenta no fue consentida? Pagar por mantener sexo con otra persona abre de par en par las puertas al riego de maltrato, que se justifica con el perverso argumento de que la relación fue autorizada y pagada. Estas prácticas debería provocar en nosotros el mismo estupor que si descubriéramos que alguien mantiene esclavos hoy en día en España, pese a su abolición en 1870, incluso con un documento y contrato firmado de consentimiento de la persona sometida. Lo mismo ocurre con las mujeres prostituidas, sometidas a prácticas de violencia y dominación que nada tienen que ver solo con las relaciones sexuales. Las preguntas son: ¿qué tipo de persona paga para denigrar, maltratar y marcar físicamente de por vida a otra? ¿es una práctica que aceptamos como buena por el hecho de que haya consentimiento y pacto económico previo? ¿cómo estar seguros de que los límites fijados y consentidos se respetan o se vulneran en algún momento de la relación? ¿quién cree a la víctima? ¿podemos incluir el maltrato, el riesgo para la salud y la vida, la explotación, la destrucción de la dignidad de las personas en un pacto previo pago?. Aunque la relación sexual sea consentida y gratificada, hay que proteger a la víctima y perseguir al agresor. Esperemos que la Ley de Garantías de la Libertad Sexual, la conocida como ‘solo sí es sí’, cuyo proyecto de ley aprobado en el Consejo de Ministros de 6 de julio, sirva para acabar con toda violencia sexual.