Para echarse a temblar
No acabo de comprender el fin último de una convención por todo lo alto como la que acaba de celebrar el PP. A diferencia de los congresos, en este tipo de cónclaves ni si revisan los idearios ni se renuevan las direcciones, primando la autoafirmación, el cierre de filas y la adhesión al líder de turno. De ahí que, dado su enfoque netamente propagandístico, suelan programarse en el horizonte de una inmediata convocatoria electoral. Que no es el caso, ya que ni siquiera hemos cruzado el ecuador de la Legislatura. A modo de explicación, pudiera ser que Pablo Casado se sentía necesitado de consolidar su liderazgo.
La resonante victoria de Ayuso a primeros de mayo destapó un fuerte desgaste del PSOE hasta entonces oculto, y a su rebufo Casado se apresuró a proclamar el fin del ciclo político de Sánchez y a exigir elecciones generales anticipadas. Inútil exigencia, toda vez que la facultad de ese adelanto corresponde exclusivamente al presidente del Gobierno, quien lógicamente, con las encuestas en contra, nunca va a hacerse el harakiri. No obstante lo cual, Casado ha seguido erre que erre.
Sobre el liderazgo de Casado se proyectaba la sombra de la propia Ayuso y algo de cierto habría cuando ella misma se ha sentido obligada a manifestar expresamente la renuncia a disputárselo. Renuncia temporal, claro está, ya que la presidenta madrileña se hará fuerte en Madrid a la espera de otra futura oportunidad. De no ser por este movimiento de Ayuso, la convención no habría aportado nada sustancial a un partido que mejor haría en ahorrarse estos dispendios y fortalecer sus estructuras provinciales.
Crecido por unos sondeos favorables que confirman la plena fagocitación electoral de Ciudadanos, Casado va a seguir machacando como martilló pilón al gobierno “social-comunista” de Sánchez. Y a tenor de su discurso en Valencia, no lo va a hacer situándose en la centralidad, sino escorado hacia la derecha pura y dura en un claro intento de achicar espacio a Vox. Esa es su hoja de ruta.
Atrás lo peor de la pandemia, la de Sánchez se sustenta en una recuperación económica y del empleo sustentada en el maná de los fondos europeos. Tras la debacle de Madrid, soltó lastre en su remodelación ministerial y el cambio de Pablo Iglesias por Yolanda Díaz ha supuesto un bálsamo en la relación con el socio de gobierno. Y si consigue sacar adelante con los demás socios parlamentarios unos nuevos Presupuestos, tendrá plenamente despejado el camino para completar el mandato.
Hasta que se midan en las urnas, Sánchez y Casado parecen abocados a una abierta confrontación permanente que puede prolongarse durante más de dos años. Un panorama para echarse a temblar.