Sin lágrimas
No hubo lágrimas, pues así lo quiso. El sábado se cumplió un año del fallecimiento del pintor y vitralista Luis García Zurdo. Fuimos convocados al cumplimiento de un deseo expresado años antes: ser despedido con un brindis. Antes, algunos fuimos a la misa, en la iglesia de san Martín, donde tiene un precioso conjunto vitral. «La belleza salvará al mundo», dijo el sacerdote, citando a Dostoievski. «Porque la belleza es amor y es verdad», argumentó. Amén, padre. Después nos fuimos a un local del Húmedo, a cumplir con el requerimiento y alzamos nuestras copas por él. Es una bella paradoja brindar a la salud de un fallecido, pero ya dijimos que, en efecto, la belleza salvará al mundo, incluida la del humor. Menos mal que el vino estuvo acompañado de viandas, porque soy abstemio. Tentado estuve de pedir una cocacola, pero me reprimí no fuese a sentir en el cogote una colleja celestial. Bebi tres copas y media. Una vez puestos a ello, tampoco iba a mojarme los labios. Estuvo muy bien organizado por Ángeles, Beatriz y Graciela, dentro de la épica de lo sencillo, tal como a él le hubiese gustado. Un brindis solo retrasado por la pandemia. Todos pudimos sentir que allá arriba brindaba con y por nosotros. Graciela obsequió un recordatorio realizado por ella y una fotografía de su padre, de 2016, junto a una cruz de piedra. La he colocado frente a mi ordenador, en el estante de la biblioteca que coincide con mi línea de mirada. Además de amigo fue un ejemplo de exigencia con la propia obra. «No me des coba», parece que me está diciendo —de nuevo— desde la imagen. Como no es muy correcto dar tumbos, incluso en un juglar de columnas, de regreso me apoyé en el brazo de Sira Martín Granizo, su amiga desde la infancia.
Estaba en las antípodas de la divinización del éxito vacuo, que impregna hoy gran parte de eso que llamamos cultura. Porque era auténtico, rehuía las estridencias y trabaja en silencio. En nuestra memoria, su conducta —en lo profesional y en lo humano— crece.
Por fin, te saliste la tuya, querido Luis. Con retraso, tuviste tu brindis. Pero que esa mañana no hubiera lágrimas visibles no significa que no se derramasen de las otras. La belleza salvará al mundo. Y la amistad, también.