Diario de León

Antonio Manilla

De nuestros salvadores

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No existe el socialismo anticapitalista en Europa. Ni en la mismísima China existe ya, aunque surjan algunos rebrotes verdes en países tercermundistas. La socialdemocracia es el socialismo que renuncia a batallar con el capitalismo a cambio de la existencia de un limbo bien atendido. Paraísos los justos. Los que usted sea capaz de construirse en su intimidad. A los populismos se los reconoce bien por la «promesa de edén»: ese cielo que postulan y cuyo advenimiento nada más ellos serán capaces de instaurar en la tierra. Cuando me hablan de paraísos, corro.

Históricamente, la alternancia entre liberalismo y socialdemocracia supone mejoras en el limbo, migajas de conquistas, enmiendas al contenido del progreso, el ascenso de un peldaño en la «escalera al cielo» para la salvaguarda de una mayoría pragmática. Esa alternancia me parece que es sistémica no ya para que el engranaje funcione, sino para que el sistema exista: periodos de contención y ahorro a los que suceden etapas de expansión y avance social. Un pulso equivalente al que existe entre seguridad y libertad, que además son los ideales que representan ambos presuntos antagonistas. No son tales enemigos, por supuesto, sino diferentes piñones del progreso entendido como una línea ascendente perpetua. Y ni liberalismo ni socialismo han renunciado nunca a sus contrapuestos ideales de progreso: simplemente los difieren en el tiempo, los ponen a rendir a un mayor plazo, fiando al futuro los sacrificios del presente. En su «pactado» ten contén ocurre que se inmolan en el altar del progreso por venir generaciones que podrían alcanzar una existencia más cómoda pero que también podrían caer en la miseria a poco que se torcieran las cosas.

Precisamente por ese presunto sentido ascendente de la historia que ambas ideologías comparten, un permanente crecentismo que la propia historia ha demostrado como falso o insostenible, el sistema se resiente por estas fallas imprevistas en el camino hacia el progreso. Esas mesetas o grietas son los momentos en que el sistema está en peligro, los huecos por los que se pueden colar las diferentes formas de populismo que aprovechan el intersticio de cualquier tipo de crisis para azuzar a las masas descontentas, aprovechando la insatisfacción ciudadana. Lo estamos viendo y viviendo. Hay otros mundos posibles, vale, pero el progreso no da saltos. Y si los da, como han demostrado revoluciones y utopías, son sangrientos y para unos pocos: hacia atrás. No se fíe mucho de nuestros populismos salvadores.

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