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Madrid me mata’ es un mítico bar del barrio de Malasaña. De aquellos años 80 en los que la gente de provincias subía o bajaba al foro persiguiendo sueños, baños de libertad o simplemente una plaza de funcionario en un ministerio. Madrid abría sus brazos hospitalarios y ávidos de público para crecer sin parar. Los tiempos cambian. Del tren correo al AVE ( y la nada) y de la carta postal a la inflación de redes en internet.

Las ciudades de provincias, vetustas, levíticas o militaronas, se han transformado. De calles lúgubres y oscuras, salpicadas de viejas tabernas, a los espacios monumentales convertidos en el corazón del ocio gastronómico. Con una calidad de vida excepcional, la juventud se tiene que ir. Falta trabajo o iniciativa para arriesgarse a emprender en la era de la incertidumbre y generación tras generación es atraída por el imán de las metrópolis que engullen mano de obra, turistas, estudiantes... y tienen el colchón de un gigantesco aparato burocrático. Son el espacio ideal para el mercado ‘libre’, que se nutre de legiones de esclavos del tiempo, las prisas y la deshumanización. Y a pesar de todo siguen siendo hermosas y transformables. Hay ejemplos e intentos. Ciudad de 15 minutos es un concepto urbano popularizado por la alcaldesa de París, la franco-española Anne Hidalgo.

La idea es que en 15 minutos a pie o en bicicleta desde su casa, las personas que viven en la capital de la Ilustración puedan tener acceso a todos los servicios. Es un ideal, un camino al que transitar para poner grano sobre grano en el épico enfrentamiento a librar para no sucumbir al colapso ambiental y de la humanidad, como teoriza Carlos Taibo en Iberia vaciada.

Este verano aterrizó en el periódico una nueva promoción de becarios y becarias, que refrescaron la redacción y las páginas del papel y el digital con nuevas ideas, con aciertos y fallos porque de todo se aprende. Y el oficio hay que aprenderlo y aprehenderlo. Fue una sorpresa recibir a dos jóvenes madrileños, ilusionados por dar sus primeros pasos en el periodismo real y de las muchas cosas buenas —otras no tanto— que descubrieron en León. Señales de un nuevo o ganas de que lo sea, me hicieron pensar que ahora que hemos visualizado el problema de la despoblación, las causas y las consecuencias es tiempo de poner el foco en las grandes ciudades, que se nutren de alimentos y energía de esos grandes vacíos territoriales que generan a su alrededor. Y que la salida está en humanizar, hacer más autosuficientes y vaciar un poco esas megaciudades. Para que ‘Madrid me mata’ siga siendo un bar mítico de Malasaña y no un destino hay que devolver (y volver) a los territorios marginados por el desarrollismo y desangrados para hacer brillar el cielo de Madrid.