La vieja gasolinera
El pasado día 30 de agosto saqué una foto de un nuevo edificio de Santa Lucía sobre el que, según cuentan, pronto intervendrá la piqueta. La verdad es que desconocía la veracidad de la noticia y, en todo caso, las razones, si bien es cierto que la amenaza de ruina empezaba a ser evidente. Así es que por si acaso…, el testimonio gráfico sería un documento de la transformación, sin entrar en adjetivos, de la localidad vinculada a la minería durante más de siglo y medio.
En este contexto hay que situar el pequeño edificio al que me refiero. Aunque haya cumplido las funciones de cochera durante no pocos años, en los últimos en total desuso, la razón inicial de su construcción fue el de gasolinera. La Gasolinera, en la nomenclatura popular de referencia: «Te espero donde La Gasolinera», «La meta está en La Gasolinera», etcétera. Dispensador de gasolina, en definitiva, para los vehículos, entonces escasos, del parque automovilístico de la empresa Hullera Vasco Leonesa, y algunos particulares. No estaba abierta al público, por supuesto, y no estaba abierta siempre, solo cuando era necesario llenar alguno de los depósitos de aquellos coches y camiones que se arrancaban a manivela. Llegaba hasta allí la gasolina en bidones, que permanecían verticales hasta su agotamiento y la llegada de una nueva remesa. La descarga, mediante una guía de madera inclinada, no dejaba de ser otra pequeña diversión infantil en aquellos tiempos de escasas novedades y acontecimientos. Por el tapón de rosca del bidón correspondiente se introducía la manguera conectada al surtidor de medida y de aquí la boca que llevaba el carburante al depósito a través de la ventana enrejada.
La memoria, que merodea con frecuencia por los territorios personales, vincula en mi caso el edificio y sus ritos con el nombre propio de Jesús Bilbao, chófer de la empresa que atendía, aunque no fuera el único, tales menesteres. Hombre bueno, ponderado y responsable. Daba la sensación de haber nacido viudo, lo cual no era cierto, claro: tenía por aquel entonces, hasta donde llegan los límites de mi memoria, un hijo, cuyo nombre no recuerdo, estudiante de medicina, que preocupaba a los timoratos por tomar el sol por el monte, aunque con cierto recato a no ser para buscadores y fisgones, en pelota picada.
No sé cuándo se construyó la gasolinera. Otro dato para la pequeña historia. La conocí siempre. Un referente para varias generaciones, aunque el silencio, la ruina y la piqueta sean ahora su destino.