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Vivimos demasiado deprisa, con poco tiempo para pensar y procesar cuanto sucede a nuestro alrededor. Cada nueva noticia borra la anterior y lo que antes por estar narrado en papel permanecía al menos un día, ahora, los soportes digitales hacen todavía más efímera la novedad. Que no pocas veces se pierden en el fragor del pasar de pantalla.

Sería el caso de unas declaraciones de Arnaldo Otegi en las que este aciago personaje alardeaba de que es la primera vez que la gobernación de España dependía del apoyo político de los independentistas vascos y catalanes. Idéntica conclusión proclama un día sí y al otro también Gabriel Rufián, portavoz del ERC en el Congreso. Y sabe de qué habla porque junto a Pablo Iglesias —líder entonces de Podemos»— fue el muñidor de la moción de censura contra Mariano Rajoy que aupó a Pedro Sánchez hasta el pedestal de La Moncloa.

En la política nadie da nada a cambia de nada y esta semana hemos conocido el precio puesto por EH-Bildu para seguir apoyando la continuidad de Sánchez. El partido que en el Parlamento Vasco se niega a firmar una declaración de condena al terrorismo, está dispuesto a votar los Presupuestos —tabla de salvación del Gobierno— porque, en palabras textuales de Arnaldo Otegi, su portavoz: «tenemos doscientos presos a los que hay que sacar de prisión a lo largo de los próximos seis años». Presos condenados por su pertenencia a la banda terrorista ETA, recordémoslo.

El cinismo de Otegi no anula la lucidez de su diagnóstico acerca de la servidumbre política de Sánchez como consecuencia de la precariedad parlamentaria del PSOE necesitado también del acuerdo con Podemos, la otra pata de la mesa sobre la que junto con ERC y los grupos vascos en el Parlamento se asienta la estabilidad del Gobierno. En definitiva, Otegi ha venido a recordar a Pedro Sánchez que sí quiere seguir en el poder durante los próximo años tendrá que seguir bailando con lobos.