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La seriedad con la que los partidos políticos manosean la Educación se demuestra en que haya habido más reformas educativas en democracia que presidentes del Gobierno. Las enmiendas a la totalidad, que se acercan al despropósito con el que Jesús Gil trituraba entrenadores de fútbol, empujan el sistema un poco más hacia el abismo con la aplicación del articulado en el que, lejos de cumplir con el compromiso alcanzado en el Congreso en 2018 para que fuera obligatoria al menos tres años en los institutos y se enmendaran los errores de Wert, se arroja la filosofía al rincón. La nueva ley empieza por marcarse el reto de reducir el número de repetidores, con la brillante estrategia de permitir que pasen curso con un saco de asignaturas pendientes para que no se frustren, y termina por hurtar a los chavales las herramientas para construir un pensamiento crítico. Si a los representantes públicos les ha ido bien sin estas competencias, habrán resuelto, para qué les va a hacer falta a los alumnos. La decisión se ahorma en el modelo de ingeniería social con el que los partidos, a un lado y otro, abonan el campo para el adoctrinamiento. La ausencia de los fundamentos filosóficos priva a los guajes de las armas con las que defenderse de las letrinas que desaguan en las redes sociales, de los bombardeos de las noticias falsas, de las aristas de la digitalización, de la uniformidad que imponen las grandes corporaciones que ahora enseñan historia en Netflix o construyen conspiraciones por medio de whatsapp. El vacío permite al poder meter a los críos en el baúl de lo políticamente correcto con la entronización de los valores que, en cada momento, interesen más a quien manda. Les dan todas las respuestas, concisas, cerradas, sin debate, ni argumentación, pero les esconden las preguntas para que no se cuestionen por qué, ni para qué, ni quién son, ni de dónde vienen, ni a dónde van. Les esconden la brújula con la que aprender a guiarse con la excusa de que les entregan un GPS que les dirigirá hacia donde les interese.

Mi padre enseñó Filosofía durante 40 años. Cada día me aplico en intentar honrarle de acuerdo a sus lecciones de humanidad, a su invitación a pensar. Qué pena, papá. Las generaciones que vienen, quizá incluso la nuestra ya, van a rebosar de inteligentes. Lástima que quieran condenarlos a que la mayoría se conviertan en asintomáticos.