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Unos amigos me traen a casa dos cajas con cientos de columnas mías, que desde hace años me han estado guardando en su trastero. No me había vuelto a acordar de ellas. «¿Habéis cometido un misterioso asesinato en Manhattan y necesitáis espacio para ocultar el cadáver?», les bromeé, tras darle las gracias. Como en anteriores cribas, solo me quedaré con un puñado y el resto irán al contenedor de papel. «¡Padre desnaturalizado, son sus criaturas!», se me podrá reprochar. ¿Lo son? Ninguna columna me ha regalado jamás una corbata por mi cumpleaños. Además, tampoco pienso hacer la selección mediante lectura. Lo dejo al azar. Remuevo y saco una titulada: «Vasos comunicantes». Es de marzo de 1990, casi de ayer. La escribí con la edad que hoy tiene mi hijo. Como cito en la primera línea a mi amiga Esther Bajo sigo su lectura. La escritora y periodista había recibido el premio Mujer Trabajadora del Año. Mecachis, detecto un gazapo ortográfico. A buenas horas. Siempre ha habido por ahí un duende del taller con mi rostro. En la columna les contaba que al recoger el premio se lo dedicó a su madre por ser la discreta y generosa trabajadora de todas las horas. Pese a que fue hija de aureola y matrícula, siempre me comprende cuando expreso mi pesar por no haber sido un niño angelical. No es que fuera malo, pero tampoco me recuerdo bueno. Este anhelo tardó en revelárseme. Supongo que todo necesita su tiempo, para pasar o para permanecer en el corazón. La buena hija me lo entiende. Nunca es bastante amor. ¿No es misterioso que mi mano sacase este Al Trasluz y no otro? Ahora lo tiene mi amiga.

¿Son mis criaturas estas columnas? Cierto aire familiar sí nos damos, sin duda. Ellas me conocen y las conozco. A veces, coincidimos en los bares. A veces, me parezco al de la fotografía.

Cada columna nace y muere en el día. Puedes considerarlo poca o mucha existencia, depende. Muy de vez en cuando, una que escribiste regresa para humedecerte los ojos, como esta sobre la gratitud de una hija buena por su madre buena. El tiempo todo lo criba, salvo tu verdad. Ya incluso aquel gazapo ortográfico me hace sonreír. Si nuestros logros son efímeros, también los yerros. Ah, el corazón humano. Nunca es bastante.