Diario de León

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Entre esa primera diagonal que hace el Sil para enfilar directo hacia el Atlántico, se acumulan unos cuantos lugares del León con el que la gente llora porque no quiere ir y, luego, solloza porque no quiere marchar. Villablino, por ejemplo. Cuando las minas llegaron al valle, ya estaban los lacianiegos y sus vacas; y ahí siguen, después del cierre desgarrado de los pozos, con las galerías a medio picar, las vetas negras descarnadas entre hayedos, el alma con recursos abandonados y la superficie arrasada en medio del ataque demográfico. No hace falta que los sacamantecas de la España vacía activen el detector de algoritmos para hacer coincidir en el móvil el recurso de la resiliencia cuando se etiqueta al ministerio y al misterio del tránsito ecológico para comprender que dominar el entorno es la única herramienta que tiene la raza humana, en evolución desde que dejó de comer saltamontes. Todo el molde que alcanza la vista se cinceló a diente. De las vacas pacientes que vieron pasar el tren de la minero siderúrgica cargado de soldados con la actitud sosegada que mostraron ante los camiones de Victorino camino de Tormaleo. Igual que potes ante arbeyos, seguras de que son la resurrección y la vida después del trauma que dejó la mina al enterrar al Sil y a los montes del Luna en la misma sepultura que cavaron durante un siglo. En un pasaje fantástico de la televisión, en el legendario Luar de la TVGa, el concurso de Miss Vaca supera la docena de ediciones con un repertorio inolvidable, como cuando Gayoso, uno de los tres tenores del canal autonómico gallego junto a Roberto Vilar (del LandRober) y Piñeiro, le planta un beso en el brusco a Teixa, ejemplar ganadora del último certamen, preferida en el pronóstico de Ibai Llanos y otros grandes profetas consagrados de la comunicación. La resmanía que florece alrededor de Laciana tiene una función más recatada, más rigurosa. Las vacas van a poner en pie, otra vez, este pilar del noroeste de León, donde las leyes invitan a dejar espacio a las alimañas y los piornales amenazaban con ensombrecer las brañas. Las vacas ramaleadas por la prole de ganaderos, insultantemente jóvenes, que aman la tierra que pisan desde antes de caminar. Y alentadas por el discurso valiente de Mario Rivas.

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