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Es muy meritorio el braceo de Inés Arrimadas por abrirse paso en la selvática realidad de la política española como líder de un partido liberal, intermedio entre conservadores del PP y socialdemócratas del PSOE. Esfuerzo meritorio, pero de momento baldío, si miramos las encuestas y la percepción general sobre la declinante situación de Ciudadanos desde la espantada de Albert Ribera tras las últimas elecciones generales (noviembre 2019).

Aun así, Arrimadas no se rinde, según le dijo este lunes en la radio a Carlos Alsina, mientras criticaba al PP y al PSOE por su descarado acercamiento (eso sí, después de sus respectivos congresos de partido), para repartirse entre personas afines los puestos vacantes en el Tribunal Constitucional, Tribunal de Cuentas, Defensor del Pueblo y Agencia de Protección de Datos.

La líder de Ciudadanos nos remite con esa crítica al hecho de que los dos grandes partidos se alejan de la España real con pactos interesados que ignoran las verdaderas preocupaciones de la gente. Y esa es la causa de la carta que acaba de enviar a Pedro Sánchez, el que gobierna, y a Pablo Casado, el que puede gobernar, invitándoles a sentarse y afrontar desde la centralidad la forma de acometer los problemas reales de la gente, no las querellas menores de la lucha por el poder.

Uno de los datos que alimentan el pesimismo sobre la eventual remontada política de Ciudadanos, como partido bisagra entre el PP y el PSOE, es su notable pérdida de presencia en los ámbitos institucionales autonómicos y municipales. Las fugas están desangrando el tejido organizativo del partido naranja. Es una cantinela mediáticamente demoledora la que se refiere a la fuga de fuga de cargos electos hacia el PP o hacia los grupos mixtos y de no adscritos.

En los parlamentos regionales la sangría afecta a uno de cada diez diputados que han abandonado el partido de Arrimadas sin renunciar al acta. O sea, que se aferran al sillón y luego van por libre. Algo parecido ha ocurrido en los ámbitos municipales. De las 2.800 concejalías obtenidas en las últimas elecciones locales, setenta y seis se han ido del partido, aunque la mayoría también han conservado el acta, lo cual impide que la dirección pueda relevarlos por otro edil de Ciudadanos.

Lo dicho. Tampoco son tantos en comparación con los que se quedan, pero, insisto, el efecto que la sangría causa en los círculos políticos y mediáticos del país es demoledor. Y contra esos efectos lucha Arrimadas con esfuerzos dignos de la mejor causa: la causa de la estabilidad del sistema, si el futuro del país estuviera en manos de las tres fuerzas políticas de inequívoca adhesión constitucional: PSOE, PP y Ciudadanos.

No es el caso, por ahora. Y eso es una mala noticia.