Solo de niños
Un año más, hemos retrasado una hora los relojes. Vale, pero muchos estamos ya la edad en la que por menos de una década no nos mueven del sofá. En 60 minutos uno no escribe su columna, ni inspirado. Además, esto del horario exige leerse bien la letra pequeña. Un segundo de amor dura más que uno de odio, un minuto de soledad más que otro en compañía. Al flechazo le basta un ratín hasta dar en el blanco, pero el sultán de Turulustán necesita un día para darle un beso de buenas noches a cada uno de sus 3.000 esposas. Una hora menos de felicidad es pérdida; de tristeza, ganancia. Lo ideal sería retrasar los relojes y la Historia. Que cada uno pudiese escoger a qué etapa de su vida quiere volver. «A mí me quedaba muy bien la camiseta de ‘OTAN , no. Bases, fuera’, me dirá el lector más canoso. Pues hecho, a ver si entra ahora en ella. «Conocí a un guapo escudero en las justas del Paso Honroso…», apuntará esa lectora centenaria que todos los columnistas de provincias tenemos. Pues nada, usted al medievo y que cuidado con la cota de malla, que raspa. Admitámoslo, retrasar los relojes solo una hora no da para casi nada. Mi idea es mucho mejor, aunque con plazos. Luego, en primavera, habría que adelantar los calendarios. «¿Puedo irme hasta el año 2500?», me preguntaría ese joven lector a quien chifla la informática. Sin problemas, mozo, allá tú si te encuentras viviendo en el planeta de los simios o hemos vuelto a ser amebas. Ah, el tiempo. Nuestro presente es tan efímero que antes de que digas esternocleidomastoideo ya ha pasado. A partir de los cincuenta, todo en santiamén. De los sesenta, visto y no visto. Y de los setenta, las llaves son las que te buscan a ti. En efecto, solo de niño tus veranos son largos.
Ayer fue el día oficial para recordar a los difuntos, pero ellos se acuerdan de nosotros cada día. Y nos ponen flores invisibles que no se marchitan. Guardarnos sitio, les dices. Nos reencontraremos donde el tiempo da para todo.
Y sí, extraño tiempo este, pero ¿acaso alguno no lo fue? Los egipcios caminaban de perfil y en el Siglo de Oro hablaban en verso. Ah, la vida, larga para los pesares, corta para amar. Vistos desde arriba, a nuestros difuntos debemos de parecerles de cristal.