Cita previa
Se comentaba en no pocos foros que saldríamos más fortalecidos y mejores de la pandemia que nos azotó y sigue, que el letrero final aún no ha aparecido claro en nuestro horizonte, a pesar de o por los rescoldos de ciertas irresponsabilidades. Permítanme que no sepa qué pensar de esa pretendida salida airosa. En todo caso, a los hechos y experiencias me remito. Y a las divagaciones y decisiones caprichosas de los que mandan desde el centro de operaciones de tantas cabezas huecas. La violencia y la judicialización por un quítameallaesaspajas se están instalando entre nosotros, y de qué manera.
Lo cierto es, en cualquier caso, que lo de la “Cita previa” es el anuncio o la referencia que más abunda para advertir a consumidores, clientes e interesados en no sé cuántas cosas. Los bares, uno de los lugares donde se escucha la voz de quienes no la tienen, son un semillero de anécdotas de estos y otros asuntos. Mi amigo Carlines me contaba el otro día en la barra que estaba hasta los cataplines —y no es rima de coincidencia fácil, solo rebaja de malsonancias— de tanta cita previa pero infructuosa. Que si no era a esa hora, que si no la tenía anotada, que si puede volver mañana, ese mal endémico y clásico de cuño hispano, que si no me acordaba, que si, que si… El caso es que Carlines había comprado coche y empezaba a temer que envejeciese antes de estrenarlo. Las otras consecuencias de tantas citas previas sumadas y puestas en fila india.
No tengo nada en contra de tales citas, dadas las actuales circunstancias sanitarias. Pero me temo que en el país en que pronto la costumbre se hace ley muchos de los advenimientos se instalarán definitivamente entre nosotros. La necesitaremos para todo o casi todo. La lista puede confeccionarse casi sin límites, algunas al borde de la risa. Hay una, sin embargo, que, por su importancia, se hace especialmente dolorosa. A pesar de ciertos alertas que la pandemia viene poniendo de nuevo sobre la mesa, los responsables sanitarios del engendro autonómico recortan drásticamente medios humanos y materiales en el sector, a pesar de su permanente venta de humo. Ya no engañan. Lo que ocurre es que la cita previa —presencial o telefónica— se retrasa, por lógica y real deducción. Pocos efectivos para tantos enfermos. Quizá cuando le llegue el turno al aquejado, hasta puede ocurrir como al coche de Carlines, no que esté viejo, sino que el motor no arranque. Otra historia.