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No es misterio por qué llamaron a los Cubos  carretera  siendo antes apenas  calle  llamada De la Carrera, después Carreras, naciendo tras la Catedral junto a la calle  La Tremolina  (guapísimo nombre, ¿qué ocurrió allí para tal bautizo?, ¿tuvieron relación los hechos que nombraron a las dos calles?) y en su lienzo norte ni siquiera era  callejo  hasta que le serraron a la muralla siete cubos que echaron abajo en cinco años (1906-1911), así que la nueva anchura y calzada a estrenar debió parecerles carretera anchota; y al alcalde grandón de entonces,  avenida , de eso fardaba. Y pareciendo poco el crimen, aprovecharon para tumbar también medio paño entre dos cubos abriendo un pretencioso y absurdo portón de arco clasicista que hiciera de vomitorio peatón al abigarrado barrio canónigo y menestral que se apretujaba en el interior de la muralla. Paso a la modernidad, se dijeron, modernidad que en León se convierte siempre en amenaza porque alguna piqueta bárbara viene de novio con ella.

Con este murallón de traza romana no pudo Almanzor cuando quiso abatirlo, pero sí pudieron los almanzores municipales que vendrían después, especialmente uno, Dámaso Merino, un auténtico alcalde depredador patrimonial derruyendo dos de sus principales entradas (Puertaobispo y Puertagallega) premiándole después el untamiento con una calle que hoy sigue honrando las fechorías de este gran paleto.

Que después no pocos particulares tomaran la muralla y la Cerca medieval como pared maestra ocupándola con chabolos, talleres o tendejones fue algo lógico. Dos de las últimas invasiones en pie (casas de dos plantas nada menos) serán derruidas liberando al fin sus cubos con el agravio que significa pagar a sus dueños lo que en principio fue un desvergonzado robo a la ciudad.

Y pregunta uno maliciosamente si no hicieron lo mismo cabildos, conventos y palacios ocupando por dentro esa muralla desde el siglo X con la Catedral y San Isidoro como principales ejemplos a seguir. Un pueblo ladrón siempre tiene otro gran ladrón que le absuelve.