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Cualquier extranjero que desembarque en España en estas semanas tratando de entender cómo está el país, tiene altas probabilidades de acabar en el psicólogo. Escuchará una voz potente que le dice que nos estamos recuperando y otra que afirma que estamos en quiebra. A la tradicional baja autoestima de los españoles -incomprensible para el exterior- se suma ese dolor interno que sufre la oposición si las cosas van medianamente bien. Que baje el paro o que aumenten los cotizantes de la Seguridad Social es motivo de satisfacción para unos, pero alegría no compartida por la España catastrofista.

Lo cierto es que, pese a quien pese, España bulle desbordante de actividad. No hay salas para tantas reuniones. La semana pasada, por tomar una muestra de actos, asistimos en Madrid a unas magníficas jornadas de Fundae sobre la necesaria formación de los empleados en competencias digitales, como palanca de transformación; participamos en un Congreso Europeo del Reto Demográfico en Valencia de Alcántara -gran convocatoria en la raya de Portugal- y también en las reuniones del Mobile Week en Ourense. Sí, en Ourense, no en Barcelona. Al tiempo, Vigo, capital nacional de la iluminación navideña, celebraba el sábado su encendido (el alcalde, Abel Caballero, estira las fiestas desde noviembre a mitad de enero, a mayor gloria del comercio y el turismo local). Y desde Sevilla, se advierte que quien quiera mesa en un restaurante, o reserva con tiempo, o se queda en la calle.

España hierve de actividad postpandémica mientras se teme la sexta ola covid que azota a la Europa Central y del Este de la que se atribuye su origen a la negativa de vacunación de una parte de la población. Aquí somos campeones en vacunas, con el 90 por ciento del público diana supuestamente inmunizado; pero toda precaución es poca y vamos a por la tercera dosis.

A tener en cuenta la espiral de protestas sociales. Agricultores, ganaderos, el metal de Cádiz y otros. De eso apenas se habla, pero en todas las actividades citadas -en Fundae, en el Congreso del Reto Demográfico, en el Mobile Week y en tantas otras- una parte de la conversación gira siempre sobre los Fondos europeos de Next Generation. Y seguramente también en las tertulias de esos restaurantes abarrotados. España sueña con esos y otros Fondos sin saber aún cómo se piden, ni si están ya comprometidos, ni tampoco si se cumplirán las condiciones exigidas por Bruselas para liberarlos. Es tal la esperanza suscitada, que si llegaran mermados, o distribuidos arbitrariamente, la decepción popular -y la indignación- se haría máxima. Alto riesgo.

Pero el debate de los fondos encierra una exigencia esencial: la necesidad de cambiar el modelo productivo. No esperen comentarios sobre eso en el rifirrafe político habitual. La superficialidad es alarmante porque nunca se alude a cuestiones de fondo en las que se juega el futuro del país.

Más bien brota la descalificación permanente buscando titulares efectistas. Véase la reciente reunión en Valencia de cinco mujeres, dirigentes políticas, con Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno al frente. Pablo Casado se refirió al encuentro como el «aquelarre radical», o sea, cosa de brujas. Mientras, el portavoz político de Vox, Jorge Buxadé, habló de esa reunión como «una fiesta de pijamas de charitos» y definió a Yolanda Diaz como «comunista de Chanel». Un nivelazo de análisis, como se ve. De lo del cambio de modelo productivo, ni una palabra.