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Contemplo el tronco de manzano serrado quizá con poca piedad. Quién sabe [el chopo es otra cosa, tiene literatura]. Luce la madera por el corte. Me divierte y admira su color pardo rojizo, acaso con ingenuidad primitiva. Aplico barniz. Dos manos. Brilla entonces, acentúa las huellas de los dibujos caprichosos que tiempo y savia han ido grabando con lentitud y sabiduría. Es hermoso, pero pierde el encanto de lo natural, de lo auténtico y verdadero. Lo primitivo tiene también su innegable belleza. Se me convierte entonces la madera en metáfora de estos tiempos de barniz. Las asociaciones de ideas son imprevisibles y saltan donde menos se espera. ¿Acaso el barniz es una alternativa, una manera de engaño?

Me ronda la pregunta en estos momentos del País de las Mutaciones —otra metáfora de la realidad viva—, en el que el barniz, a pesar de las apariencias, no arregla nada, solo aparentar un intento de quedar bien. O menos mal. Viene todo esto a cuento de las reivindicaciones de autonomía que se vienen dando, y de qué manera, entre nosotros, con la obstinada voluntad de algunos fontaneros por cerrar aguas a toda costa. Parecen remar en dirección contraria. La consigna es la consigna, que el pensamiento de los demás no vale nada. Ya se sabe a qué conduce tal actitud de “votar bien”. Y precisamente aquí está el riesgo, el síntoma de su debilidad. Hay mucha preocupación en los partidos mayoritarios, que ven las rendijas y las fisuras de sus caladeros. Y por eso han comprado barnices al por mayor: que si fundaciones identitarias, descentralizaciones a la carta, leonesismos útiles (¿hasta ahora inútiles?), clara diferencia de dos regiones copulativas, culpas escupidas a los otros, eliminación de agravios, mesas sin sillas… Y no es ese el problema, es una simple desviación. Desviar la atención ha sido siempre treta. Hasta los defensores históricos del asunto pueden caer en la trampa, que algunos ya se apuntan a los repartos de la descentralización.

Cómo encandilan, o pretenden, los apasionados cantos de las sirenas. Mientras, el imparable proceso de desmoronamiento. Los interesados y las trastiendas del poder dicen que este es el perfil de los pesimistas, pero la realidad los contradice cada día más. Los predicadores de consignas siempre pretenden ridiculizar a los que no están de acuerdo con el pensamiento único. Ya se sabe, vivimos tiempos de barnices y eufemismos.